1 de septiembre de 2014

Decadencia

(Por Sofia Pérez Delgado y Mario Iglesias)



En la última década, con trabajos como Una historia de violencia (2005), Promesas del Este (2007) o Un método peligroso (2011), parecía que David Cronenberg había iniciado un progresivo pero irreversible proceso de depuración, casi hasta de sofisticación, dejando atrás su carnalidad excesiva y su gamberrismo estético, por momentos desagradable y caprichoso. Pero hete aquí que en Cosmopolis (basada en la novela de Don DeLillo), sin llegar a los extremos iniciales de Vinieron de dentro de… (1975) o de Scanners (1981)volvió, en cierta medida, a sus orígenes, con el relato de una jornada excepcional en la vida de un joven y multimillonario broker de Wall Street.
Las películas de Cronenberg, en cualquier caso, no dejan indiferente. En Cosmopolis hay virtudes ciertas, que van desde un hábil manejo de los recursos técnicos (destacan la fotografía y el uso de los angulares), hasta la presencia nada superficial del espíritu de las novelas de DeLillo: su decadentismo, su mundo en ruinas y sus diálogos. En este sentido, la película quiere abarcar algunos de los rasgos más significativos de la posmodernidad: la fugacidad del tiempo, la violencia como forma de comunicación, el sexo esporádico como parodia epidérmica de cualquier vínculo profundo o la extrema financiarización del capitalismo. También es llamativo su excelso plantel de actores, entre los que destacan desde un rubio Matthieu Amalric convertido en un espontáneo anarquista, Paul Giamatti interpretando al perdedor habitual, una sobresaliente Juliette Binoche o una sobria Samantha Norton. Sin olvidar al propio protagonista, Robert Pattinson, que se echa a los hombros la difícil tarea de darle verosimilitud a su personaje dentro de la extravagancia del conjunto general.
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Todos estos aspectos, que podrían constituir una película notable, quedan ensombrecidos sin embargo por problemas que se manifiestan desde el primer momento. Ante todo, una pedantería nada disimulada, y la exasperante verborrea con que los personajes sienten la necesidad de hacer notar su presencia, herederas de DeLillo (Cronenberg ha sabido reflejar también lo peor de su literatura), que van sobrecargando toda la trama, como vapor de sauna que fuese empañando la cámara, o como los graffitis que van arruinando la carrocería del bólido del protagonista. Una limusina que, a pesar de (o debido a) sus altísimas prestaciones, parece flotar en lugar de circular, y que nos remite a la que trasladaba a Monsieur Oscar, conducida por su chofer Céline, en la excéntrica Holy Motors (2012) de Leos Carax, con la que Cosmopolis comparte no pocas similitudes. Para empezar, un protagonista omnipresente que se va cruzando con diversos personajes auxiliares de muy diversas procedencias, viviendo una odisea distinta con cada uno de ellos.
De forma marcadamente episódica, los diversos personajes de Cosmopolis, con nula espontaneidad, van apareciendo sin ninguna lógica narrativa más allá de encajar  como piezas de un puzzle demasiado calculado, y de representar una función muy marcada para explicitar la tesis subyacente, que no es otra que el inminente derrumbamiento del sistema. Pero en ningún momento consiguen aportar el cemento necesario que unifique la totalidad de la trama. En comparación con Holy Motors, una película viva y arriesgada, que quería estimular al espectador a través del humor surreal, las limitaciones de Cosmopolis se hacen más evidentes: es un trabajo decadente, que no transmite más que letargia e indiferencia. Algo que probablemente es su intención, y que no tendría que ser necesariamente malo si para reflejarlo no se utilizara un tono tan afectado.
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Estamos, pues, ante un Cronenberg en estado puro, expresionista y abstracto (son muy poco sutiles las referencias a Jackson Pollock y a Mark Rothko), pretencioso y polémico, violento y vacuo, feísta y superficial, explícito e inocuo. Alguien muy alejado del autor sutil y profundo en el que parecía estar mutando; muy cercano al que hacía explotar cabezas y provocar orgías mediante virus extraterrestres en sus primeros balbuceos para alcanzar notoriedad. En definitiva, un cineasta que puede estar reinventándose a través de los inicios de su filmografía, o entrando en el ocaso de la misma. El tiempo lo dirá.

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