20 de diciembre de 2019

2019: La conciencia de fragilidad



Analizar por escrito el tiempo presente con unas herramientas teóricas insuficientes y sin tener una dedicación profesional relacionada con la sociología o con el trato directo y diario de personas de toda clase y condición es una tarea que colinda entre la inutilidad y el vacío. Parecería, pues, que intentar hacer algo semejante a través de una lista de películas favoritas del año es una tarea cuya valoración no puede estar muy alejada de tan desalentadora descripción; el problema para llevar esa conclusión hasta las últimas consecuencias es la poderosa fuerza de la inercia (si la hicimos el año pasado, y el anterior, y el anterior, ¿por qué este no?) y la escasa seducción de la alternativa: sin texto de balance cinematográfico del año, salpimentado de la consabida lista, ¿qué quedaría? Ningún análisis sobre el momento cinematográfico actual o ningún texto en absoluto, ¿son mejores que un texto insuficiente y ateórico, fundamentado en intuiciones y sensaciones? Desde la inquietud y la angustia que provoca el temor a sentir el paso del tiempo sin hacer nada en absoluto valioso, el silencio pierde frente al mediocre texto realmente existente: el hacer algo, en este caso y desde mi actual punto de vista, gana frente al no hacer nada. 

15 de diciembre de 2019

Una memoria del cine Doré

Este año se ha celebrado el trigésimo aniversario de la restauración del cine Doré para su conversión en sala permanente de proyecciones de la Filmoteca Española. Haciendo la cuenta fácil, puedo decir que he sido testigo de casi la mitad de este tiempo, desde mi llegada a Madrid, en octubre de 2004, y aunque para escribir sobre ello tenga que abusar de subjetividad, de anécdotas y de recuerdos personales (algo que, por otra parte, creo que hago con demasiada frecuencia en esta página: a veces sospecho que solo hablo de mí mismo por películas interpuestas), creo que éste es el momento para hacerlo, porque, más allá de celebraciones institucionales y de ecos mediáticos, los lugares como el Doré son, también, la memoria de quienes lo habitamos durante esta última época. 

29 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (8): La última película



Así como a veces es posible elegir los principios, suele ser mucho más difícil poder elegir los finales. Mi primera sesión en el Zinemaldia, en la edición de 2014 y en el Teatro Principal de Donostia, fue para ver el serial de Bruno Dumont P'tit Quinquin: curioso, pensado ahora, que mi debut en un gran festival de cine fuese con una serie producida para televisión, aunque entonces me pareció que dicha clasificación solo obedecía a una servidumbre del director para con sus productores y que, en realidad, su división en capítulos no estaba justificada: se trataba de una obra plenamente cinematográfica y coherente con el resto de la obra de su director, y su posterior estreno en cines me pareció que venía a corroborarlo. Desconozco cuál será la última de mis sesiones en el festival de Donostia, y mi deseo es que esté todavía muy alejada en el tiempo: de poder elegir, sería dentro de muchos años, en plenitud de facultades y con capacidad para disfrutar del cine y del ritmo, a veces maratoniano, de un certamen tan inmersivo y exigente como éste. 

17 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (7): Entre el odio y la melancolía


El odio no es más que una forma de conocimiento que en general no aprovechamos por causa de una deficiencia congénita. 
Esta sentencia, pronunciada por el narrador de la novela Cerbero son las sombras de Juan José Millás, podría entremezclarse con unos breves versos de Bertolt Brecht: 
En los tiempos oscuros / ¿se cantará también entonces? / También entonces se ha de cantar / sobre los tiempos oscuros
y, entre unas y otras palabras, nos dejarían una idea aproximada del espíritu de una parte del cine chileno contemporáneo: en particular, el que relata los ecos del golpe de Estado militar encabezado por Augusto Pinochet en septiembre de 1973. El odio, por más que goce de un desprestigio a veces pueril (es casi un lugar común que cualquier programa político se engalane con el adorno de la "lucha contra el odio", como si el problema fuera el sentimiento en sí y no el motivo que lo produce), ha dado en ocasiones buenos frutos cinematográficos sin necesidad de ser destilado o traducido a apariencias más amables: pensemos en la obra de Sam Peckinpah, en la explosión de Elem Klimov en Masacre: ven y mira, o en ciertos aspectos (y no los peores) de las películas de Quentin Tarantino. Dicho en palabras del cineasta japonés Masao Adachi: 
El cielo sin el infierno no significa nada.

12 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (6): La tragedia oculta en el paisaje

Uno de los motivos que fue hilando películas de diversas secciones en el último Zinemaldia y que resuena con mayor intensidad conforme pasan las semanas y el poso del festival se va haciendo más firme es el protagonismo del paisaje. En más de una notable película el entorno natural fue un personaje más pero, también, un síntoma de algo inquietante: de una tragedia oculta de la que es testigo mudo, y en la que su misma belleza parece constituirse en el detonante de las miserias, las injusticias, los crímenes o las vidas solitarias y tediosas que la acompañan, como si esa belleza fuese incapaz de crear felicidad a su alrededor. Tras este protagonismo no hay tan solo poéticas paradojas: también están el abandono y la progresiva extinción del mundo rural y de la cultura campesina, y el calentamiento global, causa y consecuencia de lo anterior. 

En La cordillera de los sueños, de Patricio Guzmán, el documentalista Pablo Salas afirma: 
Un país que da la espalda al 80 por ciento de su territorio no es un país viable. 

6 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (5): Los restos de la Revolución



En el mismo Zinemaldia en el que se entregó el Premio Donostia al cineasta político por excelencia, Costa Gavras, y en el que se proyectó su creación más reciente, Comportarse como adultos, sobre la malograda lucha de Yanis Varoufakis por la supervivencia del pueblo griego frente a la aberración económica europea (cinematográficamente apreciable, pero alejada del brío de sus obras más rotundas), apareció, refugiada también entre las proyecciones de los premios honoríficos del festival (en este caso, el concedido a Penélope Cruz) La Red Avispa, el ejemplo más contundente y poliédrico de cine político de esta edición del certamen y en la que el antes autor de Carlos y Después de mayo Olivier Assayas demostró que es, quizá, el cineasta más capacitado para coger el testigo del director francogriego y actual responsable de la Cinemateca Francesa, con una ventaja sobre su predecesor: un dominio mayor de los géneros y las formas cinematográficas y de las complejidades políticas. El que el amor al cine de Assayas sea al menos tan grande como su interés por la política y mala acogida (que en absoluto comparto) de La Red Avispa tanto en Donostia como en Venecia convierten esta posibilidad en improbable, pero desde luego capacidad no le falta: sí le falta, por lo que hemos podido comprobar, público.

3 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (4): Gloria abisal



En una de sus más memorables críticas publicadas en El País, el ahora jefe de exposiciones del CCCB, Jordi Costa, sentenciaba a Machete de Robert Rodríguez como "un recital de virtuosismo basura de alma épica, que alcanza la gloria por el camino de la bastardía". Estas palabras resuenan en el momento de abordar una obra tan mayúscula como Zeroville, de James Franco, a la que sería erróneo calificar con un sintagma tan insuficiente como "un acto de amor al cine" (aunque ese peligro parece lejano: en el momento de escribir este texto, el crítico Charles Bramesco en The Guardian la llama "la peor película de 2019"): su categoría es mucho más esquinada y subversiva, y se acerca a lo que Slavoj Zizek acertó a verbalizar como "lo ridículo sublime". 

2 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (3): La guerra sin cine



En una secuencia de Mientras dure la guerra, la película que Alejandro Amenábar presentó en la Sección Oficial del Festival de Donostia, vemos al protagonista, Miguel de Unamuno, discutir sobre las implicaciones de la Guerra Civil que acaba de estallar con su amigo Salvador, profesor de literatura y, en la medida en la que el chato guion del realizador y de Alejandro Hernández se lo permite, simpatizante de la República. El diálogo entre ambos está marcado por la reciente detención y probable ejecución del habitual tercer miembro de la tertulia, Atilano, un pastor protestante miembro de la masonería, y se lleva a cabo a las afueras de la ciudad de Salamanca, dado que dentro de su casco antiguo ya no se sienten seguros para hablar. Al poco de comenzar la discusión, la cámara se eleva y una música elegante y académica ensordece la secuencia, y ya no volvemos a saber más de la literalidad de la controversia hasta que una elipsis de varias horas nos sitúa en el final de la jornada y el regreso de los dos a la ciudad. 

1 de octubre de 2019

Zinemaldia 2019 (2): Los fallos y los premios



El reciente León de Oro concedido por el Festival de Venecia a la película Joker, de Todd Phillips, con un jurado presidido por Lucrecia Martel, ha vuelto a poner de manifiesto (con todas las prevenciones que se deben hacer al desconocer la dinámica de las deliberaciones) la disonancia que tantas veces se produce entre el universo de un cineasta como realizador y sus decisiones al frente de un festival de cine, y del que ha habido ejemplos tan sonoros como el de George Miller premiando Yo, Daniel Blake, de Ken Loach en la edición de 2016 de Cannes o el de Quentin Tarantino otorgando la Palma de Oro a Fahrenheit 9/11 de Michael Moore, doce años antes. Programada en el Zinemaldia el último día de proyecciones bajo el rótulo de "película sorpresa" (noble tradición que convendría recuperar para romper la cuadriculada y nada espontánea dinámica de un festival afrontado siempre desde la más cuidada planificación, pero respetando la integridad de la palabra "sorpresa" y no desvelando su identidad cinco días antes, como se hizo en esta ocasión), Joker no nos transmitió más que la urgencia de una revisión a la baja de toda la filmografía de la directora de Zama y al alza del falso documental I'm Still Here, de Casey Affleck, capaz de marcar a fuego toda la carrera posterior de Joaquin Phoenix y de ilustrar el acierto de esta aseveración de Jonathan Rosenbaum, pronunciada a propósito del cortometraje de Hou Hsiao-Hsien The Son's Big Doll
Lo que fingimos ser al final se convierte en lo que somos, deberíamos ser muy cuidadosos con ello.

30 de septiembre de 2019

Zinemaldia 2019 (1): La calma provisional

En una entrevista concedida hace unos días, durante el transcurso del Festival de Cine de San Sebastián, el cineasta gallego Oliver Laxe (que presentó en la sección Perlas su notable O que arde) afirmó: 
La única presión es estar a la altura de la belleza de lo que filmas, del espectador y de no menospreciarlo.

31 de agosto de 2019

Lágrimas y subversión


Llego, ¿por casualidad? (no: llego gracias al blog Cine de Japón, producto del ejemplar esfuerzo de Álex Martín Vidal, el mismo con el que ha convertido Reviviendo Viejas Joyas en la mayor joya de la red cinéfila española, y todo ello sin tener una particular vocación cinematográfica: sencillamente, por amor a la divulgación), a la película de Yasujiro Shimazu Okayo no kakugo (cuya traducción literal sería La preparación de Okayo), de 1939, sin más referencia que la de haber relacionado el arcano nombre del cineasta con una extraña mezcla entre Yasujiro Ozu y Hiroshi Shimizu (idea ésta, de tan burda, que no merecería ser mencionada) y el haberle visto mencionado, de pasada, en el no muy inspirado libro Yasujiro Ozu. El tiempo y la nada, de Jordi Puigdomènech, Carlos Giménez Soria, Andrés Expósito y Alfons Mas. Yasujiro Shimazu murió en 1945 y poca información se puede encontrar de él más allá de su entrada en la Wikipedia. Según imdb, dirigió 103 películas entre 1921 y 1944 y Okayo no kakugo, de 1939, parece ser la más reciente de todas ellas que se conserva, y no en óptimas condiciones. Constato, de nuevo, que seguramente no exista, en términos de patrimonio cinematográfico, una pérdida de mayor calado que la desaparición de un altísimo porcentaje de la producción japonesa anterior a 1945. 

31 de julio de 2019

Filmadrid 2019: El Plan Quinquenal



En la edición de 2016 del Festival de Cine de Ourense, la primera de las dos que pudo dirigir Fran Gayo, se proyectó, como parte de su competición iberoamericana, Hermia & Helena de Matías Piñeiro. En el coloquio posterior, una pregunta (mía) sobre el alcance de la dedicatoria de la película (a Setsuko Hara) fue respondida por el cineasta argentino con una inteligencia acorde a la sensibilidad y belleza de su obra: según sus palabras, si bien en un principio fue concebida como un homenaje puntual por el fallecimiento de la actriz japonesa, conforme avanzaba el rodaje le pareció que la influencia de su espíritu, sus personajes y su manera de actuar iba cobrando más relevancia y se iba adueñando de aspectos de la trama y de la actitud de sus protagonistas. 

Medio año más tarde, Hermia & Helena formó parte de la sección oficial de la tercera edición de Filmadrid y, solo un mes después, volvió a ser proyectada en la Filmoteca Española como parte de un ciclo de Matías Piñeiro, que incluyó una interesante carta blanca suya, caracterizada por acoger películas nada obvias. Una de ellas, The Unspeakable Act, dirigida por Dan Sallitt, al que hasta entonces solo conocía por haber protagonizado una memorable secuencia en Hermia & Helena en compañía de Agustina Muñoz: su hija en la película, fruto de una relación fugaz, con la que se encuentra por primera vez. Después de los tres visionados mencionados, creo que éste es el momento en el que se centra la densidad emotiva de la película:

27 de abril de 2019

Las palabras aún son válidas

Huey Long fue gobernador demócrata del Estado de Luisiana y senador de los Estados Unidos entre 1928 y 1935, año en el que fue asesinado por Carl Weiss, antes de poder intentar una candidatura presidencial que se daba por segura para 1936. Aunque hoy en día se escuche poco su nombre, fue considerado el mayor y más probable aspirante a dictador que tuvieron los Estados Unidos en la época de los fascismos; al menos, hasta que la hipótesis del aviador Charles Lindbergh ganó enteros en el imaginario ucrónico gracias a la novela de Philip Roth La conjura contra América (2004). Desde su muerte, Long ha sido comparado sucesivamente con Perón, Hugo Chávez o Donald Trump; antes, dos importantes novelas fueron inspiradas directamente por su figura: Eso no puede pasar aquí de Sinclair Lewis (1935) y Todos los hombres del rey de Robert Penn Warren (1946). La segunda, además de ganar el premio Pulitzer,  conoció una notable adaptación cinematográfica a cargo de Robert Rossen, titulada igual que el libro pero traducida en España como El político (1949), y en ella se incluye la siguiente secuencia: 














2 de abril de 2019

El número de serie 78750



De la primera vez que vi Crónica de un verano, de Jean Rouch y Edgar Morin, recuerdo dos cosas: lo primero, que fue en el Cine Doré, hace trece o catorce años, cuando acudir a esa sala era para mí sinónimo de anonimato: no conocía a nadie, no saludaba a nadie y observaba todo de lejos; lo segundo, este momento, resumido en nueve capturas:

24 de marzo de 2019

El cine antes del siglo del cine


El siglo XX empieza, según Eric Hobsbawm, en 1917, con la Revolución Rusa; según algunos otros historiadores, en 1914, con la I Guerra Mundial. Siguiendo cualquiera de estas dos tesis, no había empezado todavía en 1913, cuando el cineasta ruso (y futuro cineasta francés de animación) Wladyslaw Starewicz dirige la insólita película -quizá, de terror- Noch pered Rozhdestvom (que podría traducirse como Nochebuena), en la que su protagonista colecciona amantes y los va escondiendo en un saco, amontonados unos sobre otros, como si fueran patatas, pero el primero de ellos, el más genuino y quizá el mejor, es el diablo.

28 de febrero de 2019

El crudo trabajo



Al anunciarse la retrospectiva completa de Wang Bing "Vidas despojadas, vidas resistentes", que se proyectó entre el 4 de octubre y el 17 de noviembre pasados entre el Museo Reina Sofía y la Filmoteca Española, y sin conocer todavía la existencia de una obra de las dimensiones de 15 Hours, volvió a tomar forma un viejo anhelo en el que se mezclaba un interés genuino por una filmografía tan decisiva en este siglo como la del director de Al oeste de los raíles con el reto de poner a prueba hasta dónde era capaz de llegar la vocación como espectador cinematográfico. Este anhelo era intentar, hasta donde fuera posible, acometer el visionado de Crude Oil, mítica película de catorce horas de duración sobre la que, durante un tiempo y cuando la popularidad de Wang Bing derivada del impacto de su ópera prima permitía que un festival como DocumentaMadrid le dedicase una retrospectiva, existió cierta fascinación, semejante a la de una sociedad secreta por un objeto abstruso e inalcanzable. Lo cierto es que, en estos tiempos cambiantes y desmemoriados, los siete años transcurridos desde el ciclo programado por el festival que entonces dirigía Antonio Delgado hasta la concesión del Leopardo de Oro en el Festival de Locarno a Mrs. Fang (2017) fueron dejando el nombre de Wang Bing en un lugar secundario para el común de los espectadores españoles y la práctica totalidad de sus festivales de cine; así las cosas, la expectación por la proyección ininterrumpida de Crude Oil en el Museo Reina Sofía los pasados días 3 y 4 de noviembre, de manera similar a lo que sucedió con 15 Hours solo dos semanas antes, fue muy pequeña y una sala prácticamente vacía fue el panorama con el que tocó lidiar los 840 minutos de sesión. Circunstancia, en fin, que por el atrevimiento y el esfuerzo que, intuyo, supuso programar ambos monumentos cinematográficos y por su importancia, me atrevo a decir, para la historia del cine, solo me cabe deplorar. 

31 de enero de 2019

Quince horas y cincuenta minutos



Afrontar el visionado ininterrumpido en una sala de una película de una duración tan inusual como las quince horas y cincuenta minutos de la escuetamente titulada 15 Hours, de Wang Bing, requiere, al menos, la convicción previa de que la obra en cuestión tiene una importancia a la altura de la concentración y del tiempo que exige. En este caso, un elemento que ayudaba a situarse en tal punto de partida era la existencia de Al oeste de los raíles, cuyos monumentales 556 minutos mostraban que el cineasta chino, lejos de intentar adaptarse al tiempo que se suele considerar propio de una obra cinematográfica, decidía, al contrario, o bien desafiarlo e intentar que las reglas del cine se adaptasen a lo que tenía que mostrar, o bien desconocerlo, como si fuese un pionero cuyos pasos iban decidiendo lo que el cine sería después de su singular aportación.