2 de abril de 2019

El número de serie 78750



De la primera vez que vi Crónica de un verano, de Jean Rouch y Edgar Morin, recuerdo dos cosas: lo primero, que fue en el Cine Doré, hace trece o catorce años, cuando acudir a esa sala era para mí sinónimo de anonimato: no conocía a nadie, no saludaba a nadie y observaba todo de lejos; lo segundo, este momento, resumido en nueve capturas:




































El pasado 18 de septiembre, falleció a los 90 años de edad Marceline Loridan-Ivens, escritora, cineasta, codirectora de varias películas con Joris Ivens (su marido) y antigua deportada a Birkenau, Bergen-Belsen y Theresienstadt; al día siguiente, leyendo necrológicas y viendo fotos, descubrí que era la misma persona que había protagonizado estas imágenes en 1961. Al saberlo, quise homenajearla publicando estas mismas capturas, con la leyenda "Marceline Loridan (1928-2018)"; la omisión de la segunda parte de su apellido, que en aquel momento me pareció lo correcto, porque Ivens "no era ella, sino su marido" -(pensaba yo)- perdió todo el sentido cuando, poco después, al leer su libro de memorias Y tú no regresaste supe que Loridan es el apellido de su primer marido y que si quería restituir el familiar, debería llamarla Marceline Rozenberg. Lo justo, en cualquier caso, es llamar a una persona como ella eligió llamarse. 

En el libro citado, escrito como una larga carta a su padre, muerto en el campo de exterminio de Auschwitz, dice: 
Yo te dije: “Trabajaremos en ese lugar y volveremos a encontrarnos el domingo”. Tú me respondiste: “Tú sí volverás porque eres joven, pero yo no regresaré”. Esa profecía la llevo grabada dentro de mí tan violenta y definitivamente como el número de serie 78750 que grabaron sobre mi brazo izquierdo, algunas semanas más tarde. 

Si la melancolía de la secuencia reseñada adquiere un carácter inolvidable, terrible y definitivo, es precisamente por la manera en que descubrimos el número de serie, 78750, con el que estaba destinada a morir, y que ella no quiere ocultar, ni la cámara dejar de mostrar, aunque con el énfasis justo, sin subrayados, a través de un pequeño movimiento, tan inseguro y tembloroso que parece improvisado. Quizá, la película alcanzaría su maestría definitiva si las cosas se quedasen ahí y ese instante de belleza cinematográfica, de confianza en la polisemia de la imagen que, a la vez, no deja lugar a dudas sobre el océano de sufrimiento que hay detrás de la expresión "que no viviera la misma juventud que yo", se quedasen ahí, como un magistral y sutil gesto que resume una parte esencial de la historia del siglo XX, pero Rouch y (sobre todo) Morin no eran solo cineastas, también eran intelectuales, antropólogo uno y filósofo el otro, y las explicitudes posteriores forman parte también de lo que querían hacer, y del significado que le querían dar, a Crónica de un verano, película, por lo demás, de cuya enorme influencia como pieza clave en el nacimiento del cinéma verité alcanzaría su perfeccionamiento definitivo solo dos años después, gracias a la maestría y a la contundencia de la que Chris Marker fue capaz con Le Joli Mai

Las imágenes que citamos tuvieron consecuencias irreversibles, en lo personal, para ella; no hay mejor forma de resumirlas que volviendo a las páginas de Y tú no regresaste:
Joris tenía treinta años más que yo. Era un viajero venido de Holanda, un poeta, un artista, un hombre de constitución fuerte y largos cabellos blancos, le llamaban “el holandés volante”. Había nacido con el cambio de siglo, como tú. Había vivido el nacimiento del cine y era uno de sus pioneros, uno de los grandes del cine documental; conocido en el mundo entero, había recorrido el planta cámara al hombro, había contado la guerra de España, las luchas obreras y la liberación de los pueblos. Era un hombre obsesionado, atormentado por la miseria humana, que vivía en constante desgarro. Como muchos artistas del período de entreguerras, se convirtió en compañero de viaje del Partido Comunista, como reacción al auge de los fascismos. Sufría al ver aquel ideal dorado convertido en plomo por el sistema soviético, pero no rompía con él. Lo conocí en 1962, él me había visto en una película titulada Crónica de un verano. Aparecía en ella un micrófono en mano en medio de la calle, preguntando al azar a los transeúntes: “¿Es usted feliz?”. Luego, yo hablaba de ti, de los campos, de tu desaparición. Era una manera completamente diferente de hacer cine, la gente hablaba de sí misma, se destapaba. En mi familia me lo reprocharon. “No vayáis a ver la película, Marceline se exhibe”, decretó una tía. Joris me vio mostrando mi número de serie y hablando de tu ausencia sin ofrecer nunca un aspecto triste, creo yo. Pero no dije que fuera feliz. Joris, que conocía al director, le había confesado: “Si me encuentro con esa chica podría enamorarme de ella”. Es lo que sucedió. No volvimos a separarnos.
La reacción de Joris Ivens no puede sorprendernos. Gracias a otra de las entonces singularidades de Crónica de un verano, que fue la presencia de la reflexión sobre la película dentro de la propia película, vemos en el tramo final a un joven estudiante llamado Régis Debray, en cuyo gesto reflexivo, pasión por analizar, transmitir y hablar y toques de arrogancia creemos ya ver al futuro intelectual de izquierdas, guerrillero guevarista, asesor mitterrandiano y, en términos cinematográficos, al más agudo e incisivo entrevistador que tendrá Salvador Allende (en Compañero Presidente, de Miguel Littin), afirmando: 
[Marceline] se habla a sí misma. Por un lado, nos molesta, porque es muy personal, pero, por otro, nos atrapa completamente. 
 No menos significativa es la meditación final de Jean Rouch ante las cámaras: 
Marceline dice que estaba actuando. Somos testigos de que no actuaba. Y, si lo hacía, es su parte más auténtica. 
Parte de esa autenticidad se trasladará después a su obra con Ivens, en búsqueda, según cuenta en el citado libro, de la revolución auténtica que sustituyera a la soviética, para la que Ivens había llegado a rodar en 1932 por encargo de la productora Mezhrabpom Komsomol. El canto de los héroes, en suelo ruso y registrando con entusiasmo la construcción de los altos hornos de Magnitogorsk. Añado: Mezhrabpom era una evolución de la misma productora Mezhrabpom-Rus que, fundada con capital mixto al amparo de la Nueva Política Económica de la post-Guerra Civil y bajo la influencia del genio propagandista Willi Münzenberg, desempeñó un papel clave en la repatriación, tras su exilio contrarrevolucionario, de Yakov Protazánov, para la que realizó su Aelita

La realidad es que El canto de los héroes no llegó a ser exhibida en la Unión Soviética ni, salvo datos en contrario, en lugar alguno hasta que la Cinemateca Portuguesa la proyectó en Lisboa en 1983; en Madrid pudo verse, gracias al Museo Reina Sofía, en mayo de 2011. Ya en los años 60, el comunismo de Ivens había virado su mirada hacia el Sudeste Asiático; ambos, Joris y Marceline, dirigieron en 1968 Le 17e parallèle: La guerre du peuple, apoyando sobre el terreno la lucha del pueblo vietnamita. En la película se afirma: 
En el caso de que vengan los americanos, se ahogarán en el océano de la guerra popular. 


Pero su principal punto de interés pasó a ser el comunismo chino, sobre el que realizaron la larga serie Cómo Yukong desplazó las montañas. El final de la relación entre los Ivens y China es narrado por su fiel compañera hasta el final en Y tú no regresaste
Joris murió en 1989, cuando China vivía una revuelta de la que él esperaba mucho. ¿Y China?, preguntaba en su lecho de agonía. Nosotros respirábamos con el mundo. Él murió con el brutal aplastamiento de la rebelión, víctima de un sueño que había salido muy mal. El periódico italiano La Repubblica escribó: 'El último crimen de Deng Xiaoping es la muerte de Joris Ivens’.
Muerto Joris, poco a poco va retomando Marceline la obsesión por su estancia en Birkenau (en palabras de Alfonso Crespo, "un agujero negro que amenaza con tragársela") y en 2003 ofrece la muy olvidable película autobiográfica La petite prairie aux bouleaux, en la que, interpretada por Anouk Aimée, cambia una cifra de su número de serie (ahora es 75750) y ensaya algunos pasajes de Y tú no regresaste, amén de repetir algunos otros de Crónica de un verano con algunas variaciones significativas: en 1960, la confusión de la cifra siniestra tatuada en el brazo con un número de teléfono provocaba una paciente y pedagógica explicación; 43 años después, solo la enfurece. 

Marceline se apaga, finalmente, hace seis meses: la sobreviven Edgar Morin, con 97 años; Régis Debray, con 78 y, como siempre, de actualidad; el mismo Jean-Pierre Sergent que propició su mejor momento cinematográfico, con el que no compartió juventud pero con el que colaboró amistosamente hasta el final y, finalmente, esas imágenes, esa cámara temblorosa, esa voz doliente, ese brazo tatuado a fuego hasta el fin.


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