27 de septiembre de 2020

El hilo que unía los días

Hace unos días, tuve oportunidad de volver a ver Mujeres en el parque (2006), último largometraje de ficción realizado por Felipe Vega, en la misma sala y el mismo formato que la primera vez, siete años atrás. Pese al cambio radical de contexto, un fragmento que me había impresionado en 2013 volvió a hacerlo ahora; es aquel en el que el protagonista, Daniel (Adolfo Fernández), le explica a su hija Mónica (Bárbara Lennie) sus orígenes de la siguiente manera:
A Ana no le importaba que tú no fueses su hija. Eso no lo vas a entender nunca. Eran épocas distintas, completamente distintas. De eso ya no queda nada. Ni siquiera nosotros.

Semanas antes de que empezase la esperada, y un poco decepcionante, retrospectiva del esquivo director de esta admirable película, llegué, gracias al aviso de Andrea Morán, al blog de cine La escuela de los domingos, creado por Daniel Domínguez. Además de por su longevidad y su constancia (sus publicaciones empezaron en 2009 y no han parado hasta ahora más que en un solo periodo, el que abarca el año 2018), me llamó particularmente la atención por su anacronismo: todo en él me recordó a la primera época (no sé si sería adecuado llamarla "edad de oro") de los blogs, anterior a la generalización de las redes sociales, cuando, durante la primera década del siglo actual, no estaban todavía claros los usos y costumbres de internet y todo se iba creando sobre la marcha, y escribir en una página como ésta tenía unas características muy alejadas de lo que es común ahora. Características que derivaban de un elemento muy concreto: la sensación de que escribías, fundamentalmente, para ti mismo, y que los posibles lectores eran una abstracción teórica un tanto alejada. El celo con el que se resguardaba la verdadera identidad y lo generalizado que estaba el uso de pseudónimos, además de la nula dependencia de la actualidad, eran los ingredientes que ayudaban a que cualquier blog de cine, entonces, se aproximase mucho a la expresión libérrima de una subjetividad.

Esta web, en la que entonces firmaba como Perzival, nació en aquella época, en el año 2006, aunque debo añadir, sin temor a equivocarme, que todo lo que publiqué en aquel primer período (hasta 2008) carece de valor alguno: era, sí, la expresión de una subjetividad, pero también eran textos de escasa profundidad y deudores de una visión del cine bastante simple, en la que el cine clásico de Hollywood ocupaba el lugar de honor y las décadas más recientes de la historia de este arte no eran más que la expresión de una decadencia, y en la que las películas se defendían o deploraban, casi siempre, desde su discurso y su ideología más explícitos y evidentes, y no sobre las sutilezas formales que entonces no era muy dado a apreciar. 

Después de seis años durmiendo el sueño de los justos y como consecuencia de un curso de crítica de cine de la ECAM, este blog volvió a dar señales de vida en 2014; como resultado de ese mismo curso, empecé a tener vida social relacionada con la crítica y, como derivación de esa vida social, empecé a oír hablar de la posibilidad de ir al festival de cine de San Sebastián; finalmente, el impacto de acudir al Zinemaldia me impulsó a dedicar mucho más tiempo a la escritura sobre cine, a ser invitado a colaborar en otras publicaciones y a sentir que empezaba a formar parte de un ecosistema, en el que la cita de Donostia era el elemento central del año: el que daba sentido a todo lo demás. 

Hace pocos meses, con el confinamiento domiciliario recién empezado y el número de muertos diarios por la pandemia en España llegando al millar, me topé con estas imágenes en el Hamlet de Grigori Kozintsev:





De los primeros meses de soledad y encierro soy capaz de recordar muchas sensaciones parecidas a las que inspira esta secuencia; de los meses posteriores al fin de la desescalada, que llegan hasta hoy mismo, los recuerdos son mucho más borrosos, más ambiguos, menos inspiradores, tal vez resumidos en esta sentencia de la periodista argentina Leila Guerriero: 
La calma no me destruye, me destruye buscarla tanto.

Una de las consecuencias, tras volver a la presencialidad laboral y sufrir a diario los viajes en el abarrotado y maltratado transporte público del epicentro europeo de la pandemia, ha sido un temor a las aglomeraciones que ha terminado por alejarme, al menos este año, del Zinemaldia y de cualquier idea remota de festival de cine; una vez celebrado, llega la constatación de que el mundo no se ha parado, aunque, infructuosamente, haya intentado bajarme de él. Mirando hacia atrás, la intuición es que sin el hilo de Donostia en el horizonte no habríamos formado parte de ecosistema alguno y este blog sería ahora algo parecido a La escuela de los domingos, en el mejor de los casos, o quizá ya no existiría en absoluto, en el peor. Mirando hacia adelante, preso ahora mismo de un pesimismo sin enmienda, tiendo a pensar que si los efectos de la pandemia no remiten, tal vez dentro de un tiempo sea inevitable referirse a los años de San Sebastián con un "de aquello ya no queda nada, ni siquiera nosotros". 

Pese a todo, conviene recordar que del infierno no se sale en línea recta; también, que, como escribió hace semanas Ariel Dorfman en el aniversario de la elección de Salvador Allende, por más que el presente sombrío nos haga a veces olvidarlo,

...érase una vez una tierra en que otros hombres y mujeres bailaban hacia la justicia, una tierra que, después de todo, no es tan lejana.

No hay comentarios: