26 de julio de 2018

Filmadrid 2018 (2): Las mentiras útiles

A veces, las mentiras son útiles: durante un período determinado de tiempo (siempre bien delimitado y no demasiado largo) en el que, por las circunstancias que sean, se reduce de forma notable el grado de verdad que podemos soportar sobre nosotros mismos, puede llegar a ser hasta necesario adornar algunas vivencias propias para darles un cariz más alentador o menos crudo. Aunque, para que estas mentiras sean de verdad útiles y no se conviertan en mixtificaciones sobre las que construir nuevas falsedades, es necesario darles un tratamiento especial: al menos, que no salgan de una celdilla especial que, a falta de una mejor denominación, podríamos llamar "mentira útil temporal" y que, en el caso de llegar a verbalizarlas, sea de forma muy prudente y limitada, y con especial cuidado en los conceptos utilizados para que no sean, valga la contradicción, del todo incompatibles con la realidad de los hechos. 

Hacer una operación semejante tiene un riesgo: llegar al punto de creer que la propia mentira es la verdad de los hechos, sin vuelta atrás. Tiene que llegar el momento en el que, una vez superada la motivación inicial que dio lugar a esta mentira, desaparezca y tome forma, de nuevo, la versión más descarnada y real de lo acontecido. 


En el ensayo que publicó el colectivo Comité invisible en 2007, La insurrección que viene, se afirma lo siguiente: 
"Soy lo que soy". Mi cuerpo me pertenece. YO soy YO, tú eres tú y la cosa va mal. Personalización de masa. Individualización de todas las condiciones: de vida, de trabajo, de desdicha. Esquizofrenia difusa. Depresión servil. Atomización en finas partículas paranoicas. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser YO, mayor es mi sensación de vacío. Cuanto más me expreso, más me agoto. Cuanto más me persigo, más cansado estoy. YO tengo, tú tienes, nosotros tenemos nuestro YO como taquilla fastidiosa. Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos -somos, en este extraño comercio, los garantes de una personalidad que tiene todo el aspecto, al final, de una amputación-. Nos asumimos hasta la ruina con una torpeza más o menos disimulada. 

Y, apenas dos páginas después, aparece el contraargumento: 
¿"QUÉ ES LO QUE SOY", entonces? Algo atravesado desde la infancia por flujos de leche, olores, historias, sonidos, canciones infantiles, sustancias, gestos, ideas, impresiones, miradas, cantos y comida. ¿LO QUE SOY? Algo vinculado por doquier a lugares, sufrimientos, antepasados, amigos, amores, acontecimientos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que, sin ninguna duda, no son YO. Todo lo que me ata al mundo, todos los vínculos que me constituyen, todas las fuerzas que me pueblan no tejen una identidad, como me incitan a proclamar, sino una existencia singular, común, viva y de la que emerge, en algunos puntos, en algunos momentos, ese ser que dice: "YO". Nuestro sentimiento de inconsistencia no es más que el efecto de esta tonta creencia en la permanencia del YO, y de la escasa atención que prestamos a lo que nos constituye. 
El "yo" es aquí la mentira útil, aunque en este caso no gozosa más que cuando sirve para camuflar la precariedad o la inexistencia de "todos los vínculos que nos constituyen". 

Una buena muestra de la inutilidad del "yo" fue el reciente curso que impartió Nicole Brenez en La Casa Encendida durante el festival Filmadrid, para cuya literalidad debemos remitirnos a la crónica exhaustiva que Ignacio Dorado publicó en Sala 1. Si la actividad formativa que protagonizó la editora de los textos de Masao Adachi fue sobresaliente es porque las frivolidades, anécdotas, chistes, decepciones, maledicencias, manías, orgullos, banalidades, ocurrencias y autobombos quedaron fuera; lo que trajo Brenez fue conocimiento, basado en una preparación exhaustiva que se tradujo en que su exposición, durante doce horas, no dejó en la práctica hueco alguno para deslizarse por algún meandro intrascendente. Los afluentes del río de su discurso fueron: cine, historia, ideología, análisis, hechos, datos, trabajo y lucha de clases; su ego quedó fuera y su método, finalmente, se podría traducir en tratar a los alumnos como adultos. 

Dicho esto, llega la sospecha de que la tesis esbozada al inicio sobre las mentiras útiles se desmiente en este mismo momento, y que no deriva de un manejo experto de la propia psicología, sino del engaño continuo de no saber tratarse a sí mismo como adulto, por más que parezca válido el paralelismo posterior que nos ha llevado hasta aquí. Pero, contradicciones aparte, llegamos ahora a una afirmación concreta de Nicole Brenez sobre las dimensiones de la imagen: 
Una imagen es fugitiva y a la vez referencia de la percepción y de las emociones; puede revelar de manera intencionada o no intencionada, de forma inmediata o con una recepción nueva tras mucho tiempo. La imagen es un laboratorio de sentido que podemos configurar y trabajar de manera reflexiva. 
Consecuentemente, el acto final de Filmadrid llegó con la (ahora) recién estrenada La cámara de Claire, de Hong Sang-soo y con la siguiente sentencia de Isabelle Huppert: 
La única forma de cambiar las cosas es volver a verlo todo muy lentamente.  


Un día después de la argumentación antedicha y dos días antes de la clausura del festival, Brenez añadió: 
La historia de los hombres es interminable, y el cine es un banco interminable de vestigios: el pasado siempre se puede volver a abrir. La descripción atenta de un proceso gracias a las imágenes en movimiento nos hace cuestionar los hechos, la identidad... el cine trabaja contra la reducción identitaria. Hay una materialidad infinita frente a todas las reducciones de sentido; el fenómeno desborda el hecho racional.
Y, finalmente, en su última clase, dejó dicho: 
Una de las posibilidades del cine es dar voz a ideas impopulares, hacer aparecer la complejidad de la vida y medios de reflexión para oponerse al consentimiento forzado, para romper el consenso: ofrecer un foro para la disidencia. (...) Hay casos de situaciones traumáticas en las que las imágenes no dejan de volver, porque la verdad nunca se ha dicho.
Pero, de todos modos, el cine también muestra que
Hay conflictos en los que nadie tiene razón.  


Llegados a este punto, y casi un mes y medio después de que estas palabras se  registrasen en un bloc de notas, otros muchos recuerdos empiezan a amarillear en la memoria de la cuarta edición de Filmadrid: el primer plano de manos entrelazadas en The Day After de Hong Sang-soo; el chatarrero de coches que en The Drift ejercía de contrapunto a sus dos grises compañeros de contexto; la sensación de vacío y austeridad y el mensaje fúnebre con ecos de Dan Sallitt y del último Matías Piñeiro de Notes on an Appareance; el nocturno descenso a los infiernos de una Die Strasse perfectamente insertada en los desquiciantes vaivenes de la Alemania de Weimar; el registro auténtico de época a través de unos encuadres frontales bien localizados y un sonido y un lenguaje vivos de El penalti; la deshilachada huella de inautenticidad de Trinta lumes; la verdad sobre Violated Angels que llegaba en su abrupto plano final de un contingente de policías armados listo para masacrar a estudiantes; la sencillez y la magnífica captación de la luz en un argumento medievalizante con sus pertinentes guiños al presente de En attendant les barbares; el ambiente decadentista y fassbinderiano de Inferninho; el cuadro de autenticidad y el valor sociológico, parejo a su valor estético, de Field Niggas y, por último, el ritmo demorado, la blanca luminosidad, el rigor medieval de su apertura y su climática y penúltima secuencia de gestos sencillos y definitivos en medio de la generalizada tristeza, solo paliada parcialmente por la incuestionable belleza ética de la hermandad entre caballeros, de Little Crusader




Y mientras las semanas pasan, los recuerdos de Filmadrid se van sumiendo lentamente en el caos, y se abre paso la certidumbre de que sus noches no cambiaron nuestras vidas, de que el espíritu de su edición nos separó momentánea pero nunca definitivamente de los protagonistas de Pasión, de Ingmar Bergman, y que quizá un festival, cualquier festival pero sobre todo uno construido con una llama como imagen icónica y ubicado en la semana preveraniega de una ciudad cálida no sea más que un paréntesis, una pequeña excepción que hace más soportable el presente pero que no podemos cometer el error de creernos más que el tiempo que dura su estela. Quizá no le podamos pedir más a un festival, al menos no mientras nuestro "yo" no se atenúe, la angustia no desaparezca, la esquizofrenia no se difume y no seamos capaces de pisar algo parecido a una tierra firme. 

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