El pasado envejece muy rápido. Intento retomar el hilo de la escritura volviendo al último texto publicado aquí, hace ahora justo un año, pero compruebo que ese camino quedó cegado: los doce meses de silencio pesan y la que entonces parecía la principal conclusión de aquellos párrafos (marcados por el título: "dentro del mundo") se ha difuminado sin apenas dejar rastro. Me parece ahora mucho más pertinente considerar que es un error sentirse dentro del mundo, porque el mundo, pese a sus engañosas pausas, se dedica a centrifugar sin parar hacia periferias inciertas. Constatado esto, recuerdo cuando llegué, en algún momento de este año, a la lectura de la sentencia definitiva de Rainer Maria Rilke:
Si podéis vivir sin escribir, no escribáis.
De todo aquello no queda casi nada, a veces ni siquiera la URL de las páginas en cuestión. Habría que preguntarse, ¿acaso importa? Sí, importa porque todo lo que sucedió importa, era amateur pero importaba a los que lo hacían, a los que le dedicaban su tiempo a ello, se relacionaban a través de ello, organizaban sus vacaciones para ello y viajaban a su costa para ello. Ahora, dejaron (dejamos) de hacerlo, constatando que, en realidad, quizá solo nos importaba a nosotros mismos.
Se acabó aquello y quedó el cine, a veces a la intemperie, a veces acompañado de alguna efímera polémica en alguna red social (alguna, en singular: porque las demás redes, aunque poderosas en nombre y en cotización, en la práctica, también han desaparecido como tales). ¿Es lo mismo? No, porque el cine y las redes (en plural, más fuertes y autocomplacidas que nunca) también estaban entonces. ¿El cine era mejor por ello? No, no era mejor por ello, pero su percepción era, o parecía ser, más poderosa: o menos indiferente. Y las salas también eran más poderosas, o menos indiferentes, o parecían empeñarse en serlo: había filmotecas programando entre cuatro y cinco sesiones diarias, entidades culturales privadas haciendo ciclos de cine propios, instituciones procedentes de países vecinos haciendo retrospectivas ejemplares y de acceso gratuito, salas de propiedad municipal rompiendo los límites entre géneros con ambición y convicción y festivales de cine arrancando su andadura con un entusiasmo sin límites, hasta el punto de llegar a marcar el comienzo de la estación estival a fuerza de inacabables, y casi diarias, convocatorias callejeras.
Por esto, y por otros (muchos) motivos, y siendo como es tan sólo el inventario de pérdidas en la última década de un pequeño micromundo que nunca tuvo más que unas decenas de habitantes, el presente duele. Pero existe y en él tenemos que vivir, aunque sea en un silencio solo roto con el dudoso motivo de que se acaba el año, o con la certidumbre que levantar acta del paso del tiempo solo puede ser, de ahora en adelante, de tan pesimista manera, o con la sospecha de que, dentro de un año, quizá ni siquiera existirá el deseo de levantar acta de ello.
1. Hojas de otoño (Aki Kaurismäki, 2023)
2. Decision to Leave (Park Chan-wook, 2022)
3. El amor de Andrea (Manuel Martín Cuenca, 2023)
4. Oppenheimer (Christopher Nolan, 2023)
5. El maestro jardinero (Paul Schrader, 2022)
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