28 de septiembre de 2015

Zinemaldia 2015 (1): Sin relato


Acudimos por segundo año consecutivo al Festival de Donostia y regresamos después de 48 películas, con un panteón conformado por tres notables largometrajes con los cuales no había grandes expectivas a priori (United Red Army, de Koji Wakamatsu; Paulina, de Santiago Mitre y El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra), sin obra maestra alguna que mencionar (dos tercios de Mountains May Depart de Jia Zhang-ke lo son, pero sus últimos 40 minutos estropean por completo el resultado) y alguna decepción profunda, como El hijo de Saúl, que venía precedida de una entusiasta acogida en Cannes.


Antes de dedicarle a cada una de ellas la atención que merecen, conviene sacar algunas conclusiones generales, no muy alentadoras sobre lo visto y sobre el año cinematográfico en curso. En primer lugar, y a falta de que llegue la Palma de Oro en Cannes (Dheepan, de Jacques Audiard, con estreno previsto en España el 11 de noviembre), podemos decir, vista la selección llegada del mismo Cannes, Berlín y Venecia, que el presente 2015 no pasará a la historia del cine por la calidad de lo presentado: ni Taxi Teherán, ni El club, ni Desde allá ni El clan merecen, en nuestra opinión, premio alguno en festival de categoría A y seguramente su destino en pocos años será el olvido. Y en segundo lugar, sobre la Sección Oficial seleccionada para Donostia, el balance no puede ser otro que una decepción absoluta, muy por debajo de la calidad (desigual pero significativa) de lo visto en la edición de 2014 y con un palmarés que no dejan en buen lugar el prestigio del festival ni su coherencia a la hora de dar cabida a propuestas arriesgadas, a obras cinematográficas de primera línea o a cineastas cuya trayectoria haya estado amparada o incentivada por la atención de Zinemaldia, por mucho que se reitere que Lucile Hadzihalilovic ganó el Premio Nuevos Directores con su anterior largometraje (los once años transcurridos entre el rodaje de Innocence y el de Evolution hablan bien a las claras de lo poco que le ha aportado el apoyo del Zinemaldia).



Así las cosas, no parece, pues, que haya mayor criterio de selección para la categoría competitiva que los descartes de otros festivales (la presencia de obras menores de cineastas consagrados como Terence Davies o Ben Wheatley así lo atestiguaría), una serie de películas españolas de cuyo acierto o coherencia estética dudamos desde el primer minuto (y aquí convendría exceptuar a la hispano-uruguaya El apóstata, de Federico Veiroj, cuya presencia en la sección oficial es de las pocas que nos produce especial satisfacción) y retales de la producción procedente de América Latina, quedando lo más destacado y arriesgado para la sección paralela de Horizontes Latinos (después de haber sido testadas en otros festivales) y echándose en falta una apuesta plena y decidida por las películas salidas del subcontinente que empieza al Sur de los Estados Unidos.

Tal vez haya sido siempre así, tal vez sean pocos los festivales que destaquen por su coherencia o tal vez la producción anual no dé para más. Pero no parece una señal muy positiva que en casi todas las listas de "lo mejor del  Zinemaldia" estén cuajadas, a veces sin excepción, de secciones paralelas; que no sea difícil pronosticar que más de la mitad de la sección oficial se quedará sin estreno comercial y en su mayoría de forma justificada y que la llegada de la Concha de Oro (Sparrows, de Rúnar Rúnarsson) a las carteleras vaya a producir menos expectación que una lista de películas favoritas de Carlos Boyero. Sólo nos cabe esperar que en futuras ediciones el festival encuentre el rumbo del que ahora carece: la ciudad, los críticos y el excepcional ambiente que inundan este acontecimiento anual de la cinematografía, muy por encima de sus deficiencias actuales, lo merecen.  

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