Durante gran parte de la reciente edición del Festival de Donostia, y conforme iban avanzando las proyecciones de la sección oficial, surgía entre los comentarios previos y posteriores a las películas una expresión recurrente: "ésta puede ser la película de consenso". Dichas palabras conllevaban la carga implícita de asumir que el jurado premiaría una obra que no molestase, ni manchase ni limpiase, que no resultase especialmente innovadora, ni especialmente polémica, ni especialmente nada. A ser posible, un folio en blanco. Lo importante, aunque no verbalizado, en este panorama es la importancia dada a las reglas del juego no escritas (y en la expresión "reglas del juego", la palabra más importante es "juego"): no existe pretensión de llegar a verdad alguna, lo importante es respetar los estrechos márgenes de lo establecido, que el cine siga los cauces habituales y cualquier puñetazo en la mesa que interactúe dialécticamente con el estado de causas sea invitado a la marginalidad.
A la vista de los resultados, y con las prevenciones que impone el no poder hablar en primera persona de I Am Not Madame Bovary, Concha de Oro, no parece que haya ido muy desencaminada esta premisa, aunque sin duda se impone con mucha más fuerza en la selección de películas a competición: solo así se entiende que puedan optar a premios obras tan conservadoras y convencionales como As you are de Miles Joris-Peyrafitte, The Giant de Johannes Nyholm, La doctora de Brest de Emmanuelle Bercot o American Pastoral, de Ewan McGregor, sobre quien solo podemos preguntarnos qué motivos habrán llevado al popular actor a "dirigir" (porque lo que hace en esta película es cualquier cosa menos eso, dirigir), conviviendo con películas de comercialidad tan obvia como The Oath de Baltasar Kormákur, Orpheline de Arnaud des Pallières, Rage de Lee Sang-il o El hombre de las mil caras de Alberto Rodríguez, o con una obra tan exasperantemente inmadura y dirigida al público juvenil como La reconquista (aunque a este largometraje de Jonás Trueba se le auguran importantes éxitos, en consonancia con la imparable infantilización de nuestro mundo). En cambio, obras de mucho mayor calado, como Porto, de Gabe Klinger, Lumières d´été, de Jean-Gabriel Périot o incluso, con sus insuficiencias, Le ciel flamand de Peter Monsaert o María (y los demás) de Nely Reguera, han tenido que conformarse con recalar en la sección Nuev@s Director@s -cuya cortinilla incluía más anuncios que la mayoría de sesiones de cines comerciales en versión original, invariablemente jaleados por buena parte del público joven que era fijo en estas sesiones-, en una clara y muy poco estimulante declaración de intenciones del festival.
En cualquier caso, si hubo dos películas importantes por su trabajo sobre el lenguaje cinematográfico, en el primer caso, y por su incidencia sobre uno de los grandes temas de nuestro tiempo, con un tratamiento contundente y polémico, en el segundo, fueron Lo tuyo y tú, notabilísima muestra del proceso constante de depuración y perfeccionamiento del cineasta surcoreano Hong Sang-soo, y Nocturama, de Bertrand Bonello, que se adentra sin anestesia ni paños calientes y con valentía formal, en la cuestión del terrorismo, aunque el propio cineasta, con una cierta incoherencia (en la que profundizaremos más adelante), prefiera el término "insurrección". El jurado, completando el desprecio al que fue sometido el cineasta francés en el Festival de Cannes (en el que sufrió un supuesto veto, nunca confirmado, para competir en la presente edición), decidió ignorar una obra que, sin duda, hubiese elevado el nivel de Zinemaldia por encima de lo habitual, provocado encendidos debates morales y estéticos (quede para la historia el "no todo vale" con que le obsequió un comentarista) y, tal vez, actuado como imán para que largometrajes de similar importancia y riesgo se animen en futuras ediciones a acudir a Donostia. La Concha de Plata al Mejor Director entregado a Hong Sang-soo es un galardón perfectamente inútil: ni el autor de La virgen desnudada por sus pretendientes necesita un reconocimiento de segunda categoría, ni el festival aprovecha su presencia en el mismo sentido al que habíamos apuntado a propósito de Nocturama.
Con respecto a las películas realmente premiadas, hubo un galardón especialmente significativo: el Premio Especial del Jurado, ex aequo para dos de las seis óperas primas a concurso. La primera de ellas, The Giant, del hasta ahora cortometrajista Johannes Nyholm, es una obra anclada en un profundo paternalismo, con un aroma a película "necesaria" para la visibilización de minorías (dos, en concreto: la de personas con deformidades físicas y la de jugadores de petanca, unidas en un único y abigarrado protagonista), cayendo en una fácil sentimentalismo familiar y un pobre psicologismo, rodada con el supuesto toque amateur de una pedestre cámara en mano pero abusando de colores saturados en unas desconcertantes secuencias fantásticas que pretenden superar el deprimente tono general.
Igual de deprimente, pero con mucha más sustancia, es el largometraje argentino El invierno, de Emiliano Torres, segundo premiado en esta categoría y reconocido también en el apartado de Mejor Fotografía. A través de un proceso de vaciado en el que el paisaje desempeña un papel fundamental, el relato va derivando hacia un engañoso western que en sus últimas secuencias parece querer llevar el género a sus definiciones convencionales, pero las despiadadas formas de la economía acaban demostrando ser más eficaces que las inclemencias climáticas de la Patagonia a la hora de ejecutar el desenlace. Entre medias, vuelve a aparecer la por lo general invisible figura del indígena de Argentina, al igual que en Paulina (e interpretado por el mismo actor, Cristian Salguero), en un metafórico cuadro de cómo el capitalismo sigue imparable en su proceso de destrucción de cualquier forma de sociabilidad, por tradicional que sea (en este caso, la familia) e ilustrando el potencial subversivo que en el actual estado de cosas supone el "conservadurismo antropológico" en el que tantas veces ha insistido el filósofo español Santiago Alba Rico.
A la vista de los resultados, y con las prevenciones que impone el no poder hablar en primera persona de I Am Not Madame Bovary, Concha de Oro, no parece que haya ido muy desencaminada esta premisa, aunque sin duda se impone con mucha más fuerza en la selección de películas a competición: solo así se entiende que puedan optar a premios obras tan conservadoras y convencionales como As you are de Miles Joris-Peyrafitte, The Giant de Johannes Nyholm, La doctora de Brest de Emmanuelle Bercot o American Pastoral, de Ewan McGregor, sobre quien solo podemos preguntarnos qué motivos habrán llevado al popular actor a "dirigir" (porque lo que hace en esta película es cualquier cosa menos eso, dirigir), conviviendo con películas de comercialidad tan obvia como The Oath de Baltasar Kormákur, Orpheline de Arnaud des Pallières, Rage de Lee Sang-il o El hombre de las mil caras de Alberto Rodríguez, o con una obra tan exasperantemente inmadura y dirigida al público juvenil como La reconquista (aunque a este largometraje de Jonás Trueba se le auguran importantes éxitos, en consonancia con la imparable infantilización de nuestro mundo). En cambio, obras de mucho mayor calado, como Porto, de Gabe Klinger, Lumières d´été, de Jean-Gabriel Périot o incluso, con sus insuficiencias, Le ciel flamand de Peter Monsaert o María (y los demás) de Nely Reguera, han tenido que conformarse con recalar en la sección Nuev@s Director@s -cuya cortinilla incluía más anuncios que la mayoría de sesiones de cines comerciales en versión original, invariablemente jaleados por buena parte del público joven que era fijo en estas sesiones-, en una clara y muy poco estimulante declaración de intenciones del festival.
En cualquier caso, si hubo dos películas importantes por su trabajo sobre el lenguaje cinematográfico, en el primer caso, y por su incidencia sobre uno de los grandes temas de nuestro tiempo, con un tratamiento contundente y polémico, en el segundo, fueron Lo tuyo y tú, notabilísima muestra del proceso constante de depuración y perfeccionamiento del cineasta surcoreano Hong Sang-soo, y Nocturama, de Bertrand Bonello, que se adentra sin anestesia ni paños calientes y con valentía formal, en la cuestión del terrorismo, aunque el propio cineasta, con una cierta incoherencia (en la que profundizaremos más adelante), prefiera el término "insurrección". El jurado, completando el desprecio al que fue sometido el cineasta francés en el Festival de Cannes (en el que sufrió un supuesto veto, nunca confirmado, para competir en la presente edición), decidió ignorar una obra que, sin duda, hubiese elevado el nivel de Zinemaldia por encima de lo habitual, provocado encendidos debates morales y estéticos (quede para la historia el "no todo vale" con que le obsequió un comentarista) y, tal vez, actuado como imán para que largometrajes de similar importancia y riesgo se animen en futuras ediciones a acudir a Donostia. La Concha de Plata al Mejor Director entregado a Hong Sang-soo es un galardón perfectamente inútil: ni el autor de La virgen desnudada por sus pretendientes necesita un reconocimiento de segunda categoría, ni el festival aprovecha su presencia en el mismo sentido al que habíamos apuntado a propósito de Nocturama.
Con respecto a las películas realmente premiadas, hubo un galardón especialmente significativo: el Premio Especial del Jurado, ex aequo para dos de las seis óperas primas a concurso. La primera de ellas, The Giant, del hasta ahora cortometrajista Johannes Nyholm, es una obra anclada en un profundo paternalismo, con un aroma a película "necesaria" para la visibilización de minorías (dos, en concreto: la de personas con deformidades físicas y la de jugadores de petanca, unidas en un único y abigarrado protagonista), cayendo en una fácil sentimentalismo familiar y un pobre psicologismo, rodada con el supuesto toque amateur de una pedestre cámara en mano pero abusando de colores saturados en unas desconcertantes secuencias fantásticas que pretenden superar el deprimente tono general.
Igual de deprimente, pero con mucha más sustancia, es el largometraje argentino El invierno, de Emiliano Torres, segundo premiado en esta categoría y reconocido también en el apartado de Mejor Fotografía. A través de un proceso de vaciado en el que el paisaje desempeña un papel fundamental, el relato va derivando hacia un engañoso western que en sus últimas secuencias parece querer llevar el género a sus definiciones convencionales, pero las despiadadas formas de la economía acaban demostrando ser más eficaces que las inclemencias climáticas de la Patagonia a la hora de ejecutar el desenlace. Entre medias, vuelve a aparecer la por lo general invisible figura del indígena de Argentina, al igual que en Paulina (e interpretado por el mismo actor, Cristian Salguero), en un metafórico cuadro de cómo el capitalismo sigue imparable en su proceso de destrucción de cualquier forma de sociabilidad, por tradicional que sea (en este caso, la familia) e ilustrando el potencial subversivo que en el actual estado de cosas supone el "conservadurismo antropológico" en el que tantas veces ha insistido el filósofo español Santiago Alba Rico.
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