
No es difícil reconocer la figura de Sterling Hayden, uno de los actores más característicos del Hollywood de los años 50, con un mero vistazo a su fotografía. Un hombre corpulento, alto, malencarado, que interpretó papeles tan memorables como el delincuente con mala suerte de la obra cumbre de John Huston, La jungla de asfalto, o el cerebro del Atraco perfecto de Stanley Kubrick, un remake apenas disimulado, aunque excelente, de la anterior. También, por supuesto, conviene recordar su aparición estelar como militar paranoico y holocáustico en ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú y su destacado papel como policía corrupto y primera víctima mortal de Michael Corleone en El Padrino.
Su carrera como actor fue, sin embargo, corta. Sterling Hayden vivió una destacada y tristemente significativa peripecia vital que lo apartó de Hollywood. Su primera vocación fue la de hombre de mar, pescador y marinero, y antes de convertirse en un actor de éxito, tuvo una destacada actuación en la II Guerra Mundial y luchó con los partisanos yugoslavos que dirigía el mariscal Tito, lo que al finalizar la contienda le hizo merecedor de la Estrella de Plata de la República Yugoslava. A su regreso a los Estados Unidos y coherente con su anterior lucha, militó en el Partido Comunista, pero las investigaciones del Comité de Actividades Antiamericanas que dirigía Joseph McCarthy y que pretendían acabar con el sector más crítico y artísticamente ambicioso de la industria cinematográfica de Hollywood lo pusieron a prueba. A él, y a otros muchos.
Era una prueba a blanco o negro. Con la excusa de investigar la presunta preponderancia comunista en la industria del cine, el Comité del Senado exigía a los declarantes que confesasen su ideología, su militancia pasada y presente y que diesen los nombres de sus compañeros de militancia, con el fin de marginar y expulsar de la industria a quienes trabajaban por la izquierda.
La mayoría de los declarantes, entre la dignidad y la indignidad, escogieron la segunda opción. La lista de quienes decidieron libremente traicionar y enviar al ostracismo a multitud de amigos y compañeros de trabajo bajo una presión bastante leve –ninguno sufrió torturas- es larga, y conviene citar, entre otros, los nombres de Elia Kazan, Budd Schulberg, Edward Dmytryk, Robert Rossen, Clifford Odets, Robert Taylor, Gary Cooper, Sam Wood y Adolphe Menjou.
Sterling Hayden también optó por la indignidad. El 10 de abril de 1951 compareció en el Senado y delató a muchos compañeros; uno de ellos, su mejor amigo, posteriormente moriría en la cárcel.
Tras esta delación, Hayden no volvió a ser el mismo. Desde 1957 abandonó prácticamente el cine –sólo volvería a hacer papeles secundarios- y en los años 70 escribió una autobiografía, Wanderer, dedicada a su amigo muerto, en la confesaría que desde aquel episodio vivía y viviría siempre “enmierdado”. Fue, de todos los protagonistas de la “Caza de Brujas”, el único que confesó su arrepentimiento y que padeció profundamente porque, como dijo John Huston, no supo estar a la altura de la idea que tenía de sí mismo.