27 de agosto de 2018

Gail Russell: 57 años después


Hace once años, en la primera etapa de esta página, le dediqué un texto no muy extenso a la actriz estadounidense Gail Russell, cuya carrera se vio truncada por un alcoholismo que, finalmente, acabó con su vida tal día como hoy de 1961, a la edad de 36 años. Con esa misma edad y por los azares de la cinefilia, me he vuelto a encontrar con ella a través de un visionado reciente y casual de Los intrusos, de Lewis Allen (1944), y el sucesivo y ya intencionado de Calcuta (John Farrow, 1947), La venganza del bergantín (Edward Ludwig, 1948), Mil ojos tiene la noche (John Farrow, 1948), Noche sin luna (Frank Borzage, 1948), Tras la pista de los asesinos (Budd Boetticher, 1956) y El vestido roto (Jack Arnold, 1957). 

De todos ellos, saco algunas conclusiones: la primera, que la historia de Gail Russell no es en modo alguno excepcional en la historia del cine; la segunda, que a pesar de ello, siento su malograda y corta vida y su pérdida como algo muy próximo a mí, con la misma fuerza que hace once años, cuando descubrí su nombre, su rostro y sus circunstancias; la tercera, que lo que escribí entonces tenía muy poca entidad como para dejarlo así, sin más. Siento que le debo algo. 

Acabo de citar tres conclusiones; la cuarta y última es que los personajes que interpretó, y buena parte de las tramas que protagonizó, estaban hablando de su misma vida, y en su cara, sus palabras y sus expresivos ojos podemos ir intuyendo la tragedia de su biografía. Las palabras que en Noche sin luna dirige a su coprotagonista masculino, Dane Clark, parecen estar escritas para que ella misma las escuche: 






El hecho es que la tristeza que transmiten sus ojos parece contagiar todo su gesto: las sonrisas abiertas son tan excepcionales en su filmografía que parecen requerirle un gran esfuerzo interpretativo. Sea por causa de algún "largo túnel negro" en el que no hemos podido indagar, o por la simple y enfermiza timidez ante las cámaras que es comúnmente citada como causa más probable de su alcoholismo (Darla Sue Dollman habla de "baja autoestima, extrema timidez y miedo escénico" al definirla, y cita su costumbre infantil de esconderse debajo del piano de casa de sus padres, para no ser vista), cualquier plano en el que Gail Russell muestra alegría está destinado a ser breve, o a ser transformado en su opuesto en cuestión de segundos. Así, en Los intrusos











Entonces solo tiene 19 años, pero es en este rodaje en el que su azoramiento en el estudio encuentra por primera vez el paliativo ideal en los excesos etílicos. Las consecuencias físicas fueron llamativas: perdió 9 kilos durante la filmación. Gail Russell no quería, en realidad, ser actriz: hubiera sido feliz, según sus propias palabras, quedándose en casa y dedicándose a la pintura; los deseos maternos y las penurias familiares la empujaron en otra dirección, muy opuesta a su carácter. Que en este plano veamos cómo una genuina actitud sonriente y expansiva se metamorfosee a velocidad de vértigo en una mezcla de inquietud y melancolía no parece casualidad; cuatro años después y ya con una prematura huella del tiempo en forma de ojeras, este turbador gesto se ha convertido en su expresión más característica. En La venganza del bergantín lo observamos en dos momentos distintos, con idéntica nitidez. Así, el primero: 





 Y el segundo: 




En Noche sin luna la sonrisa va a acompañada de un entrecerrar de ojos, como si fuese un momento de embriaguez; la rápida reaparición del gesto serio implica, en primer lugar, unos ojos totalmente abiertos, como una toma de conciencia tras el descuido que supone abandonarse a un efímero instante de gozo y, finalmente, la habitual mirada melancólica, ya acentuada por sus precoces ojeras:








1948 es, probablemente, su año de mayor éxito: rueda a las órdenes de Frank Borzage o en compañía de estrellas como Edward G. Robinson y John Wayne, en papeles protagonistas. Pero las dudas sobre si el éxito durará, sobre si logrará vencer la timidez o sobre los efectos a largo plazo de sus ingestas de alcohol están demasiado presentes en las imágenes que nos llegan de entonces. 




En este caso, el gesto sobrio y agradable se disuelve en una tímida aunque interrogadora mirada hacia la cámara. La pregunta que nos hace, y se hace a sí misma, quizá sea la que verbaliza unos meses antes en Noche sin luna:













Si Noche sin luna se estrena en Estados Unidos el 1 de octubre de 1948, Mil ojos tiene la noche lo hace solo tres semanas después, el 22 de octubre; el tiempo corre muy deprisa para Gail Russell y a sus 24 años, sus preguntas adquieren un tono sombrío difícil de superar:



















Reacciones parecidas, marcadas por un profundo y fatídico desaliento, aparecen en sus otras películas de la época; la más intensa, quizá, sea ésta del citado largometraje de Frank Borzage: 











Las funestas previsiones de Edward G. Robinson no se cumplieron, pero tres años después el alcoholismo de Gail Russell estaba de hecho acabando con su carrera. En 1951 y conociendo sus problemas, la Paramount decide apartarla de su elenco de actrices y durante el siguiente lustro las únicas noticias que se publican sobre ella tienen que ver con su declaración el juicio de divorcio de John Wayne, en el que negó tener nada que ver, su propia separación en 1955 y sus detenciones por conducir ebria, que empiezan en 1953. El plano subjetivo de la visión que Dane Clark tiene de ella después de haberse caído de una noria en Noche sin luna se convierte en una dramática realidad. 






Inopinadamente, en 1956 una película de serie B le ofrece una oportunidad para volver al cine y, en parte gracias a su magnífica contribución, se convierte en una obra de culto, a la que André Bazin honra con uno de sus ensayos (en el que la define como "el mejor western que he visto después de la guerra"). El personaje que interpreta en Tras la pista de los asesinos, de Budd Boetticher, tiene mucho que ver con ella misma, y su primera aparición en la pantalla que parece aludir a su situación durante el lustro antecedente. 






Gail Russell tiene ahora 32 años, pero las sonrisas han desaparecido un rostro prematuramente envejecido. 





No parece que Budd Boetticher y su guionista, Burt Kennedy, hayan obviado las circunstancias en las que se encontraba su actriz protagonista a la hora de afrontar este rodaje. Llamativamente, tratándose de un western, la presencia del alcohol es mínima: ningún personaje bebe delante de ella, ni presenta síntoma alguno de ebriedad durante el metraje; en cambio, sí existe una desmedida atención al café, bebida que es citada hasta trece veces durante sus 78 minutos y que acompaña al personaje de Annie Greer en un buen número de secuencias. 








Su última aparición en Tras la pista de los asesinos no puede ser más simbólica: a punto de coger una diligencia, tantas veces metáfora del viaje hacia la muerte, rechaza, en el último momento, hacerlo: por más que su rostro denote cansancio y derrota, todavía no ha llegado su hora, y la película y su extraordinaria actuación son una buena muestra de que todavía hay esperanza.






Un año después, la esperanza ha desaparecido. En marzo se estrena El vestido roto, de Jack Arnold, en el que su personaje carece de las connotaciones redentoras de su anterior largometraje; en su aparición más significativa el guionista y la cámara parecen ensañarse con ella de la misma forma en que lo hace el abogado al que encarna Jeff Chandler.













Ese mismo año, la actriz es detenida por conducir borracha en varias ocasiones (existen, por desgracia, fotos de su estado en uno de los controles de alcoholemia a los que fue sometida) y hasta es sometida a juicio por estrellar su coche contra el restaurante Jan's, de Beverly Hills. No hubo, afortunadamente, ningún interrogatorio semejante al de su película precedente por causa del agravamiento de su alcoholismo, que obligó a realizar el juicio con ella internada en un hospital.

Cuando tres años después, el 27 de agosto de 1961, Gail Russell es encontrada muerta en su piso, sin más compañía que una indeterminada cantidad de botellas de vodka vacías, la hermana de su exmarido Guy Madison dice: 
Si hubiera disfrutado bebiendo, habría sido otra cosa, pero nunca lo hizo. Cualquiera que haya trabajado con ella siempre creyó en ella. 

El periodista cinematográfico John McElwee aportó un poco de luz (o de oscuridad) sobre el trágico fin de la actriz al dejar escrito:
Si las actrices de la Era Dorada, particularmente las que carecen de una genuina capacidad o autoestima alguna vez dijeran la verdad sobre el precio que pagaron por el estrellato, tendríamos una comprensión mucho mejor de por qué tantas vidas terminaron trágicamente. Tal y como están las cosas, la mayoría de ellas llevaron los secretos del abuso en el estudio a tumbas (tempranas), pero a juzgar por los caminos tortuosos para llegar allí, debe de haber sido un equipaje realmente pesado el que llevaban.
A su funeral no acudieron ni su exmarido, ni John Wayne; sí lo hizo Alan Ladd (compañero de estrellato en la Paramount y en Calcuta, de John Farrow), borracho y hablando de forma incoherente, haciéndole el peor homenaje posible. Trece años antes, en La venganza del bergantín, el protagonista de Centauros del desierto sí estaría al pie de su cama en esta secuencia, la última que recordaremos de ella: 

3 comentarios:

Roberto Amaba dijo...

Magnífico, enhorabuena.

Mi recuerdo para The uninvited, película rarísima, algunos dirían que maldita; como bendecida o condenada por alguna de estas caídas de ojos. De esa estirpe tan real de lo cotidiano como fenómeno paranormal. En aquella casa vacía, ella debió ver algo.

Un saludo.

Mario Iglesias dijo...

Gracias, Roberto, una vez más, por tus generosas palabras.

Coincido en que en The Uninvited hay "algo", más allá de lo cinematográfico, que sobrevuela alrededor de la película y que parece absorber a Gail Russell con mayor intensidad que al resto de intérpretes; lo mismo sucede, me parece, en Mil ojos tiene la noche.

Aunque, de toda esta pléyade de películas, y a pesar de que se trata de una obra que tiene muy poco que ver con las dos precedentes, la que creo que propicia una comunión más sorprendente entre trama, atmósfera y actriz es Seven Men from Now, cuyos méritos se me antojan inagotables, en ese y en otros muchos aspectos.

Un saludo.

Juanjochentero dijo...

Fascinante Gail Russell, la mirada más bella del clásico hollywoollense (con permiso de Gene Tierny y lauren Bacall)Encantadora en la venganza del bergatin, para mi modesta opinión, su mejor película. No alcanza la profundida metafisica de the Uninvited pero tiene a John Wayne y el pulpo que también están muy bien en otras profundidades.