17 de diciembre de 2020

2020: Un año en la penumbra

Aunque duraba apenas unos minutos, la intervención de la actriz Adèle Haenel en la película Nocturama (2016), de Bertand Bonello, ha vuelto a la memoria en repetidas ocasiones durante los últimos diez meses; en concreto, estas palabras:






27 de septiembre de 2020

El hilo que unía los días

Hace unos días, tuve oportunidad de volver a ver Mujeres en el parque (2006), último largometraje de ficción realizado por Felipe Vega, en la misma sala y el mismo formato que la primera vez, siete años atrás. Pese al cambio radical de contexto, un fragmento que me había impresionado en 2013 volvió a hacerlo ahora; es aquel en el que el protagonista, Daniel (Adolfo Fernández), le explica a su hija Mónica (Bárbara Lennie) sus orígenes de la siguiente manera:
A Ana no le importaba que tú no fueses su hija. Eso no lo vas a entender nunca. Eran épocas distintas, completamente distintas. De eso ya no queda nada. Ni siquiera nosotros.

11 de junio de 2020

El cine de Jim Crow


Este dibujo fue publicado en la revista ilustrada francesa Le Monde Illustré en 1873 y corresponde a una manifestación celebrada en Madrid pidiendo la abolición de la esclavitud. Dicha abolición no llegó hasta 1886, a través de un decreto que liberaba a los 30.000 esclavos que quedaban en la isla de Cuba, entonces el único territorio bajo administración del Estado español en el que seguía siendo legal; a pesar de esta disposición, España todavía tendría tiempo para dejar una última huella en su presencia en Cuba con la política de reconcentración llevada a cabo por el general español Valeriano Weyler, marqués de Tenerife y duque de Rubí, en 1896, durante la guerra de Independencia de la isla y que en la práctica supuso la invención de los campos de concentración, una de las aportaciones españolas a la historia universal de la infamia.

27 de mayo de 2020

Dieciséis años y una primavera



Hace un poco más de tres lustros, Antony Beevor (entonces, uno de los historiadores con mayor presencia mediática, gracias al extraordinario éxito de libros como Stalingrado o Berlín. La caída, 1945) publicó una sorprendente obra, un tanto alejada de sus anteriores intereses y de su especialización en historia militar, sobre la actriz rusa de origen alemán conocida, según el país, como Olga Chejova o Tschechowa. La primera de las denominaciones, acentuando la matriz rusa, fue la utilizada por el historiador británico para titular su biografía; la segunda fue la que usó ella misma durante su carrera cinematográfica en el cine alemán. 

21 de mayo de 2020

Las luces de Llobet Gràcia



Una de las películas que recuerdo con emoción de manera más frecuente es Vida en sombras, el único largometraje de Llorenç Llobet Gràcia. Los motivos son diversos, y empezarían por su hermoso y polisémico título, quizá uno de los mejores y más significativos de la historia del cine, y al que muchas veces me he visto tentado a recurrir a la hora de dar algo de unidad a mi propia biografía. Por más que Llobet sea uno de los malditos por excelencia de la historia del cine español, y que hace apenas veinte años las condiciones de la copia que circulaba de Vida en sombras mostrasen hasta qué punto esa obra oculta todavía estaba lejos de ser rescatada del más profundo de los olvidos, su significación es al menos tan profunda como la que acierta a verbalizar,  una entrevista realizada en 2016 con motivo del ciclo Vida en sombras. El cine español en el laberinto (1939-1953), del Museo Reina Sofía, el historiador del cine José Luis Castro de Paz: 
La idea de la mujer perdida es un tópico universal, el dolor del hombre. Hay muchas revisiones. Yo he visionado bastante el cine de este periodo y en un número muy elevado de films el hombre acaba delirando, viendo a la mujer muerta, sobre todo en Vida en sombras. Esa vida del hombre que está abocado a la soledad, a la penuria, desolado, tiene referencias directas a las consecuencias de la guerra civil. El caso de la mujer perdida y el abatimiento es el referente a un país destrozado. A través de un drama escapista, haces ver el dolor de un país.

16 de abril de 2020

Apenas náufragos



Recuerdo las primeras noticias: en enero, en la radio, con el frío de una madrugada de invierno, la oscuridad exterior, desayunando entre bostezos, asimilando unas vagas informaciones sobre sus efectos en el PIB de China. Con los días, los primeros comentarios en el trabajo, el asombro por los hospitales chinos levantados a toda prisa, el comienzo de la obsesión por las mascarillas, las comparaciones con la gripe común, con la gripe A, la sospecha de hipocondría. Con las semanas, el aparente absurdo de las sucesivas retiradas del Mobile Congress, el asombro italiano, el primer muerto en España (neumonía: nada infrecuente), las primeras indicaciones sobre la tos y las manos, el pasmo ante Lombardía, los primeros casos, el improbable señor de jersey dando ruedas de prensa. Finalmente, la mañana del 9 de marzo, los casos multiplicados, el cierre de las clases en Madrid, Vitoria y Labastida, los comentarios en Twitter de esa noche: hay colas en los supermercados, la mentalidad de posguerra ha vuelto. Al día siguiente, el personal de la Filmoteca, a las cinco y media, antes de la primera sesión, marcando de blanco una de cada tres butacas: el pensamiento, entonces, tan mezquino que avergüenza recordarlo: ojalá tarden en cerrar y podamos terminar el ciclo de William Wyler, y ver la única película dirigida por Anna Karina, y los cortos infantiles de Kiarostami; al día siguiente, la ambición decae, el realismo se impone: por la mañana, la Cineteca anuncia su cierre inmediato "por quince días", y ya nos conformamos con acabar Wyler, entramos a Counsellor at Law (1933), admiramos a Isabel Jewell, comentamos la obra maestra de tres días atrás (Dodsworth), y, al fin, llega, extraoficialmente, la confirmación: no hay más Filmoteca, el Doré cierra mañana. No hay desconcierto: se veía venir; sí hay tristeza ante lo inevitable, algunas preguntas ingenuas: ¿las películas canceladas las programarán en abril?, mi respuesta fatalista: no habrá programación en abril. No, y escribo en una red social: han cerrado la Cineteca y la Filmoteca, tardaremos en verlas abiertas de nuevo. El telón se cierra, empieza lo duro. 

31 de marzo de 2020

Cortés Cavanillas, corresponsal de ABC



Hace dos meses, en una abarrotada proyección de Vacaciones en Roma de William Wyler, sucedió algo que explica, por sí mismo, por qué el cine visto en el silencio de una sala, con una gran pantalla y rodeado de espectadores es una experiencia que no debería desaparecer de nuestro mundo, porque no tiene equivalente posible: los visionados caseros de películas, por valiosos que puedan llegar a ser, no dejan de depender, casi en exclusiva, de nuestra esfera individual y a ella quedan circunscritos en la mayoría de los casos, y su calidad depende, en buena parte, de la calidad del domicilio de cada uno. 

Sucedió, decía, en la parte final: la princesa Anna, a la que interpreta Audrey Hepburn, después de su fuga de incógnito por la ciudad de Roma acompañada del desastrado periodista al que, por los azares de la producción, da vida un actor nada identificable con dicho perfil (Gregory Peck), vuelve a retomar sus obligaciones como parte de la familia real a la que pertenece y celebra un acto protocolario con los corresponsales de prensa acreditados en la capital italiana. Lo que en principio es un evento meramente ornamental, con tres preguntas de compromiso y tres respuestas de trámite, se convierte en algo distinto, en el momento que describen estas imágenes:

8 de enero de 2020

Los años 10: Aire para respirar

Si hay una percepción (subjetiva, como todas las que destilo aquí) con respecto a la década que va de 2010 a 2019 en lo que al cine se refiere es que todas las épocas, todos los formatos, todas las duraciones y todos los géneros de la historia del cine han sido convocados de nuevo en los diez últimos años. ¿Significaría que ello que nos ha inundado un cine sin conciencia histórica del tiempo actual? No: significa que en esta época, no solo en el cine, están presentes todas las épocas pasadas y, a su vez, también merodean todas las ideologías y filosofías pretéritas, por remotas que parezcan. Obviamente, no todas en la misma medida, ni con la misma capacidad de influencia: pero la facilidad para acceder a ellas es mayor que nunca y, por ello mismo, la capacidad para asimilarlas se ha hecho más difícil. En paralelo, la historia del cine, desde 1895 hasta 2019, se ha hecho más accesible que nunca y ha influido más en el cine del presente que en cualquier época anterior; aunque la visibilidad de esa influencia y la de buena parte del cine influido, por esa mezcla de accesibilidad y superabundancia, se haya resentido. 

Por supuesto, ha sido una década en la que el cine ha estado en trance de transformación, al igual que la forma de verlo y de interpretarlo (¿cuándo no ha sido así?), pero, me atrevo a prever, no hacia su desaparición, ni tampoco hacia su reducción a ocio casero: el componente social del cine nació con él y morirá con él.