20 de diciembre de 2021

2021: El mundo que fue y el que es

Hace un poco más de una década, el irregular cineasta Judd Apatow hacía decir al protagonista de su lograda película Funny People: 






Más cerca en el tiempo, hace solamente cuatro días, la periodista argentina Leila Guerriero publicaba en un artículo estas palabras: 

Cada noche, cuando me voy a dormir, pienso en los que no han resucitado. En los que después de lo peor del virus no han resucitado. En los que, aunque ahora todo es menos ominoso y menos triste, siguen ominosos y tristes. En los que andan desconcertados y vacíos, sin entenderse ni saber qué pasa, flojos y convalecientes, como si hubieran perdido un eslabón, como si no supieran de qué ni para qué está hecho el tiempo. Pienso en los que perdieron empleos, casas, familiares, pero más aún en los que no perdieron nada e igual deambulan en un mundo que ya no les pertenece, que no quiere verlos porque son la resaca incómoda de una época que todos quieren olvidar.

Y hace tres meses, en su afortunada visita al Festival de San Sebastián, el cineasta japonés Ryûsuke Hamaguchi, preguntado sobre el estado actual del cine, respondía

Creo que el cine, como arte, ha sido siempre minoritario. No me asusta su futuro, porque no desaparecerá, aunque, no nos engañemos, no crecerá.



Sirva esta tríada de citas para transmitir una cierta noción de la manera en la que encaro lo que pretende ser un balance cinematográfico de 2021; balance, en fin, más forzado que nunca, porque si hay una constatación preliminar y obvia que hacer al respecto es que la escritura en este blog se ha reducido al mínimo durante los últimos doce meses: apenas cuatro textos, y tres de ellos para justificar la asistencia una festival que si algo demostró fue la absoluta falta de justificación de su existencia en el contexto actual.

El deseo con el que terminábamos el balance de 2020 (que el año que ahora acaba nos trajese, al menos, un relato cinematográfico a la altura de la tragedia vivida) ha quedado, al fin, muy lejos de la realidad: el cine se ha puesto de espaldas a la triste y ya larga temporada pandémica en la que estamos inmersos y ha decidido apostar por el estancamiento estético y por el escapismo argumental. O, dicho de otro modo, su lema parece  haber sido: abordemos cualquier problema, excepto el problema principal que tenemos delante. Problema, en fin, que nos está determinando, para mal, como especie, de manera implacable, como una catástrofe lenta, y de manera lo suficientemente evidente como para que ignorarla no sea, o no pareciera ser, una opción. Como escribió el dramaturgo Guillem Clua, en este refiriéndose a las series de televisión (que comparten con el cine idéntico escamoto de la pandemia):

Últimamente cuando veo series ambientadas en la actualidad se me hace raro que no haya mención alguna a la pandemia. ¿Por qué la ficción ignora la mayor crisis sanitaria global del último siglo? Es como si no hubiera pasado nunca. Y me sorprende mucho. Es como si en las películas posteriores a 1945 no hablaran de la II Guerra Mundial. Que no digo que tengan que salir los personajes con mascarilla o centrar las tramas en eso , ¿pero ni una mención?

Todo esto nos lleva pensar en la historia del cine y en los otros muchos ocultamientos que ha llevado a cabo: por no salir de la larga historia de las catástrofes sanitarias, ¿a qué cine dio lugar la mortífera pandemia de gripe de 1918-19? Por más que se haya perdido una gran cantidad de las películas producidas entonces, la respuesta más rigurosa, con lo que ahora sabemos es: a ninguno. Fue ignorada, al igual que otros muchos fenómenos políticos y sociales que deberíamos escudriñar con la certidumbre, en definitiva, de que la historia del cine, como la historia de la literatura y la de cualquier otro arte, deben ser valoradas, en muchas épocas (y, lamentablemente, la nuestra parece ser una de ellas), como una decepcionante y pálida muestra del mundo en el que transcurrieron.

En una de sus magníficas presentaciones de las sesiones del ciclo de cine del Museo Reina Sofía "Con h minúscula", la programadora Míriam Martín afirmó: 

No basta con vivir la propia vida para comprenderla. Hace falta un reflejo.

Y a partir de esa frase y de la necesidad de que el cine se reponga de este naufragio intentaremos aplazar el punto y final a lo argumentado antes: el cine y el arte han fracasado en estos dos primeros años de pandemia del Covid-19; pero siendo esta constatación la realidad primera y última, no podemos dejar de añadir que, en unas condiciones muy difíciles, ha habido cineastas que han sido capaces de levantar películas dignas, honestas y maduras, por más que no fueran las más pertinentes para este tiempo; ha habido programadores, distribuidores, exhibidores, que han hecho lo posible por que el arte cinematográfico siga existiendo, por que se sigan proyectando películas en comunidad con un sentido y una coherencia y una interpelación crítica al mundo en que vivimos, en un contexto en el que todo parece estar en contra de que el cine, y las salas de cine, sigan existiendo, como si fueran una excrecencia anacrónica incapaz de competir con la novedosa y estimulante vivencia de ver imágenes en televisión sugeridas por un algoritmo y sin salir de casa. Aunque el cine haya fallado, algunas personas del mundo del cine no lo han hecho, y no lo han hecho en unos tiempos muy oscuros.

No lo hizo, hasta el día de su fallecimiento, el británico Michael Apted, creador de la serie de documentales Up que fueron la principal compañía cinematográfica durante las primeras y desalentadoras semanas del año, en las que la sensación de fin del mundo y de devastación rompieron a hachazos y con inapelable crudeza el anhelo de un 2021 diferente a 2020. La muerte de Apted en enero dejó definitivamente concluida su saga de nueve películas, sobre las que cualquier comentario frío o casual haría poco honor a su importancia, mayúscula, como testimonio de su época y que va mucho más allá de lo cinematográfico. 

Desafortunadamente, la saga de Up fue un visionado casero, al igual que buena parte de las películas que fueron marcando este 2021 hasta que, al fin, a finales del verano llegó una progresiva avalancha de notables estrenos en salas cuyo ritmo no ha parado desde entonces. Mencionaré, como es habitual, mis diez favoritos:

1. Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (Emmanuel Mouret, 2020)

2. La hija (Manuel Martín Cuenca, 2021)

3. Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido (Lili Horvát, 2020)



4. Isabella (Matías Piñeiro, 2020)



5. Fauna (Nicolás Pereda, 2020)



6. La casa Gucci (Ridley Scott, 2021)



7. Malmkrog (Cristi Puiu, 2020)



8. La crónica francesa (Wes Anderson, 2021)



9. Tres (Juanjo Giménez, 2021)

10.No mires arriba (Adam McKay, 2021)

Algunas de estas películas merecerían una buena exposición de argumentos, bien por la contundencia de sus virtudes o bien por la aparente excentricidad de su inclusión en la lista. Otros grandes nombres que hicieron soportable un año como éste, algunos vivos (como Carmen Castillo, Paul Verhoeven o los autores del programa radiofónico Filmoteca. Cine sin pantalla), otros ya fallecidos (como Fernando Fernán Gómez, Mikio Naruse, Carol Reed, H.B. Halicki, Claude Sautet, Satyajit Ray o los principales directores de cine argentinos desde los años 40 hasta los 70), deberían tener algo más que una mera mención, y un contexto en el que una fina glosa encomiástica no sonase como una cabriola intrascendente en el vacío, pero el mundo que tenemos es éste, y no el que tuvimos hasta 2020. El silencio es la mejor conclusión de este año inhóspito, cansino, tantas veces nauseabundo, ruidoso en el peor de los sentidos: un año, en fin, que ya termina. Al fin. 

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