En concreto, el aspecto más llamativo de esta progresiva aunque también masiva conversión es la nueva interpretación de la Revolución rusa de 1917, la Revolución china de 1949 y del comunismo en general. Y esto no sólo incluye a los líderes oficiales, sino también a los disidentes: afecta por igual a Stalin que a Trotsky, a Rakósi que a Nagy, a Janos Kadar que a Béla Kun, a Togliatti que a Andreu Nin. Y los políticos no son los únicos afectados: tambíén escritores e intelectuales, como Sartre, Brecht, Ernst Bloch, Lukacs, Althusser, Marcuse...
Todos ellos, en mayor o menor medida, han sido incluidos en el siniestro club rojo, al que se le imputan nada menos que los Peores Crímenes de la Historia de la Humanidad (con mayúsculas, por si acaso). Las obras de los miembros de ese club no vendrían a ser más que una solapada justificación de la Tiranía, del Asesinato, de la Maldad. En realidad, todos ellos se han convertido en la encarnación colectiva de Lucifer.
Cualquiera de los personajes citados es ya, sin ningún género de dudas, uno de los criminales más sanguinarios del siglo XX, la ejemplificación de la maldad intrínseca de la izquierda, en el símbolo de la locura marxista, en el padre de la leprosa criatura comunista, en el individuo seminal del cual surgieron los más siniestros discípulos, en el ángel exterminador de campesinos, en el asesino de la democracia y el liberalismo.
Incluso el nazismo queda reducido a la condición de desviación derechista de este club, y cualquier alusión a la maldad de Hitler ha de venir acompañada de una clara explicación de que en realidad fueron los bolcheviques quienes parieron al artífice del Holocausto, aunque fuera por oposición.
En este estado de cosas, la reivindicación de Lenin, Stalin, Trotsky o Mao, la relegitimación del movimiento comunista y la reactualización del pensamiento marxista tienen hoy un indiscutible valor.
Para empezar, el valor de la provocación. Como teorizó Boaventura de Sousa Santos, la modernidad capitalista ha declarado la guerra a la risa, a la distancia lúdica, considerada impropia, frívola, excéntrica, y blasfema. Pues bien, para empezar a construir una contrahegemonía es necesario blasfemar.
¿Alguien se atreve? De momento, podemos ver a intelectuales con acceso a los grandes medios de comunicación, como Slavoj Zizek o Michel Houellebecq, reivindicar a los prohibidos; podemos observar en las librerías españolas, desde hace al menos dos años, un aluvión de biografías de Stalin, y leer cómo Donald Rayfield lo califica como “lector insaciable” y Robert Service como “el líder ruso más culto desde Catalina la Grande”, al mismo tiempo que editoriales comerciales se deciden, tras décadas ignorando sus obras, a reeditar las memorias de Trotsky o alguno de los mejores ensayos de Lenin.
Fue el mismo Lenin el que dejó escrito en su día:
Algunos intelectuales, lacayos de la burguesía, creen ser ellos mismos el cerebro de la nación. En realidad, no tienen cerebro y son una pura mierda.Habrá que empezar a desmentirlo. Ya es hora.
1 comentario:
E xa era hora de que alguén dixera que queremos máis pensamentos teus e que non abandones esta bitácora-blogue-diario á súa sorte.
Algún día os demos serán humanos, colocados exactamente onde merezan. Ós do outro lado, os demos hipócritas, oportunistas e reaccionarios tamén lles chegará a hora.
Un biko.
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