14 de octubre de 2007

Los mejores años de Hollywood


No hay mejor forma de recordar lo que en su día supuso artística y éticamente la industria de Hollywood que viendo Los mejores años de nuestra vida, la obra maestra con la que el hoy bastante olvidado William Wyler mostró en 1946 a los espectadores de cine las difíciles condiciones que se encontraron los soldados que habían luchado en la II Guerra Mundial de regreso a casa. La película rebosa emoción, honestidad y un dramatismo que convierten las casi tres horas de metraje en un amargo y duro aunque imprescindible viaje por las envés de una victoria militar rotunda, completa y que contribuyó a liberar al mundo del nazismo, pero que escupió a sus principales protagonistas de regreso a una realidad en la cual debían empezar de cero o tal vez incluso unos peldaños más abajo.


La película se centra en tres soldados, interpretados por Frederic March, Dana Andrews y Harold Russell, que se conocen en el avión militar de regreso a su pueblo natal. Cada uno de ellos parte de una situación muy distinta: Frederic March es un bien situado trabajador de la banca que ha tenido una discreta actuación durante la guerra y a quien le esperan una sobria mujer con la que comparte veinte años de matrimonio y dos hijos que han crecido mucho en su ausencia. Dana Andrews, en cambio, procede de una familia muy humilde y su única experiencia anterior a la guerra se reduce a la venta de helados; sin embargo, es el que más condecoraciones ha obtenido durante la contienda y espera reencontrarse con una esposa a la que apenas conoce. El tercero, Harold Russell, procede de una familia de clase media y le espera una novia "de toda la vida" -apenas una niña, reconoce a sus compañeros en el viaje de vuelta-, pero ha sufrido las peores secuelas: ha perdido sus manos y teme la reacción de todos. Poco a poco, Wyler va mostrando las decepciones, las dificultades y los fracasos de los tres. Frederic March es quien más claro lo tiene cuando bajan del avión de regreso:

Me siento como si fuese a desembarcar en Normandía.
La ironía con la que va encajando la nueva situación y la sobriedad de su mujer -una Myrna Loy que supera sus mejores papeles al lado de W.S. Van Dyke y William Powell en los años 30- no impedirán las dificultades que se encuentra de regreso a su trabajo en el banco, con "el aval" que le exige el director antes de concender préstamos a veteranos de guerra. Lejos de entender la "nueva racionalidad" de los negocios, ironiza:
Le pedí un aval a mi comandante para conquistar la colina. Como no había aval no conquistamos la colina y perdimos la guerra.
Es el Frederic March convertido en comediante uno de los mejores actores del filme, pero resulta difícil catalogarlo como "el mejor" ante la extraordinaria actuación de Harold Russell, quien además de no ser actor profesional había sufrido en la guerra el mismo accidente del personaje que interpretaba. Así, consiguió dos Oscars por el mismo papel: el de mejor actor secundario y otro especial por "dar esperanza y mostrar coraje a los veteranos de guerra". Para la conmovedora y difícil historia que vive con su novia, una joven y dulcísima Cathy O'Donnell, sobran los aspavientos, las sobreactuaciones o incluso los diálogos: sólo dos actores, frente a frente.


Y, como siempre, está una extraordinaria Teresa Wright, la hija de March que se ha hecho adulta durante la guerra y cuya historia con un progresivamente decepcionado Dana Andrews -con su esposa, una frívola Virginia Mayo, y con su trabajo de camarero, que pierde tras una pelea con un simpatizante de los nazis-, es capaz de eclipsar hasta a las dificultades de Harold Russell con sus nuevas manos (unos ganchos con los que la Marina le ha enseñado a desenvolverse pero, como comentan sus compañeros en el taxi de regreso, no le han enseñado a abrazar a su novia). La decepción del héroe de guerra Andrews llega al punto de describir a su padre las menciones de honor recibidas como


Un montón de palabras bonitas, que no significan nada. Las dan a montones, como el rancho.
Dana Andrews, a pesar de su habitual inexpresividad, está a la altura de una excepcional Teresa Wright, el personaje civil que tal vez ha evolucionado más durante la guerra por su trabajo como enfermera, y que al igual que en La loba y La señora Miniver demuestra que nada más eficaz para una actuación memorable que saber expresar vida, tristeza, alegría o decepción con una simple expresión de los ojos.

Todo en Los mejores años de nuestra vida roza la perfección, y después de verla no es fácil saber qué es más elogiable, si la altura moral o la artística de la obra. El mismo Wyler, que tiene en su haber media docena de grandes películas y tres Oscars al mejor director, había combatido en la guerra y realizado cuatro años antes una espléndida contribución a la victoria aliada, La señora Miniver, indisimulada película de propaganda destinada al público británico con la que también obtuvo multitud de galardones de la industria (seis) en una ceremonia a la que el gran cineasta no pudo acudir por estar participando en un bombardeo sobre Alemania.
En un Hollywood que en 1946 estaba repleto de héroes de guerra, como George Stevens, John Huston, John Ford o Frank Capra, ninguna otra obra supo reflejar como Los mejores años de nuestra vida el excepcional clima de una industria que se encontraba en la mejora etapa de su historia. Un año después, el Comité de Actividades Antiamericanas iniciaría sus actuaciones contra algunos de sus mejores representantes y nada volvería a ser igual.

9 comentarios:

Rain en ZQ. dijo...

Qué trama, Perzival. Desmenuzando las reacciones, las espectativas, las pocas ilusiones. Vaya, con toda esa temática de guerra, tan cercana, diferente a las que ahora existen en donde s los soldados se le despersonaliza para que acometan atrocidades. Ahora ya no se abaten, si no que en su mayoría se vuelven cínicos y siguen con sus vidas. Deberían -un gran realizador lo tiene como reto- una película donde se vea los soldados que se transforman en monstruos y no lo lamentan ...

O a esa ola de juventudes a las que no le importa nada más que sus cuerpos, sus placeres y que si alguien se muere a tu lado, apenas cuenta como señal de un tiempo que se borrará. Un envilecimiento creciente, donde lo único que importa es no morir. Así, sin más.

Y todo eso mostrarlo fílmicamente sin que sea un panfleto de imágenes y diálogos, es un reto. Sólo un gran director o directora de cine, lo acoemtería. ¿Quién sería ...?

Gracias por esta reseña. Uno se queda meditando...


Un gran salute.

Mario Iglesias dijo...

Es difícil encontrar, en el tiempo presente, una equivalencia a las grandes actitudes morales del tiempo pasado. No por decadencia moral, sino por el simple paso del tiempo.

Ninguna guerra es igual a la anterior, y para un estadounidense, ninguna es "menos igual" que las demás que la II Guerra Mundial. Podemos esperar poco sobre una nueva gran película situada en una reciente guerra desde esas latitudes.

¿Y desde otras latitudes? Sí, podemos esperarlo. ¿Qué nombre, qué nacionalidad, qué guerra? Hoy, imposible saberlo, pero cuando la veamos lo sabremos.

Mientras tanto, iremos probando. Mucho cine, desde muchas latitudes, nos espera.

Es un privilegio contar con tus comentarios. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Me he metido por casualidad en tu blog y estoy emocionada al saber de alguien que comenta mi pelicula favorita "Los mejores años de nuestra vida" no me canso de verla y el director Willian Willer el mejor para mi gusto. De todos modos me encantaria que comentaras en el blog mas temas aparte del cine clasico.

Anónimo dijo...

¿No te parece que tu blog resulta poco personal me parece una alternatada con tanta filosofia? solo es una opinion mia no te ofendas .Un beso

Mario Iglesias dijo...

Hola Anónimo, gracias por tus comentarios.

Es cierto que el blog resulta poco personal, pero es que ésa precisamente era mi intención al crearlo: no hablar de mi.

Comparto lo que dices sobre Wyler, creo que es uno de los diez mejores cineastas de todos los tiempos.

Saludos.

Anónimo dijo...

Hola Perzival!Aprovechando que te gusta el cine clasico¿te gusta "El fantasma y la señora Muir" si la has visto me gustaria que comentaras algo sobre ella.Gracias.

Anónimo dijo...

He seguido leyendo cosas tuyas e insisto, eres un poquito,no se,las cosas las explicas bien pero le falta un poquito de chispa
Este blog no esta mal, lo he encontrado hoy mismo
susabornaranja.blogspot.com
esta muy entretenido
A ver si me haces lo del fantasma y la señora muir, que se lo voy a pedir al otro je,je

Mario Iglesias dijo...

Sí, bueno, tal vez tengas razón que las entradas que escribo son un poco frías, muy impersonales. Mi estilo de escritura podría tener más alma, es algo que intentaré tener en cuenta.

Lamento no poder satisfacer tu petición sobre "El fantasma y la señora Muir", pero no he visto esa película de Joseph L. Mankiewicz. Es una de las películas imprescindibles a las que todavía no he podido acceder. Me falta mucho cine por ver todavía.

En todo caso te agradezco tus intervenciones. Salud.

Anónimo dijo...

¿que es eso de que William Willer sea un director olvidado?Para nada.¿Y que me dices de la banda sonora de la película?maravillosa