11 de diciembre de 2007

La huella de los Corleone, II


Si hay un personaje secundario de la trilogía de El Padrino que merece un capítulo aparte, ése es sin duda el de Vito Corleone, que tanto en la primera como en la segunda parte es la principal sombra que sigue los pasos de su hijo y sucesor Michael Corleone. Con su voz rota y su aspecto de Drácula envejecido, la caracterización de Marlon Brando es de las mejores de su carrera (y superior en todo caso a la un tanto esperpéntica del desquiciado Kurtz de Acopalypse now) y puede decirse que estamos ante el personaje que justifica las acusaciones de “idealización” de la mafia que se han hecho a Francis Ford Coppola, aunque todo ello, como ya se ha dicho, quede desmentido con la evolución y desaparición final de la familia protagonista. 
Esa idealización viene dada por su majestuosa presencia en la primera entrega, convertido en un tan temido como respetado emperador que gobierna con sangre fría y hasta cierta sutileza el siniestro campo del crimen organizado y cuya primera y significativa aparición se asemeja a la de un latifundista que recibe uno a uno a sus aparceros, concediéndoles ciertas “gracias” a cambio de su sumisión absoluta durante la boda de su hija.
También es importante la presencia del abogado de la familia Tom Hagen, interpretado por Robert Duvall, huérfano adoptado y convertido en alguien por la de nuevo majestuosa generosidad del padrino Don Vito.

Y a través de los sucesivos flash-backs de la segunda entrega, descubriremos además que la trayectoria del primero de los Corleone es una variación más del tan estadounidense “hombre hecho a sí mismo”, y también la historia de una venganza hacia el jefe de la mafia local siciliana que asesinó a toda su familia y que provocó su huida, siendo niño y sin nada en los bolsillos, en un barco de inmigrantes hacia América. El Vito Andolini al que los funcionarios de inmigración convierten en Corleone por su pueblo de procedencia y que interpreta Robert de Niro se abre paso en un barrio de italoamericanos, en el que una vez más parece que la única forma de supervivencia de la nueva oleada de inmigrantes (tras la llegada de irlandeses y judíos) es la organización de eficaces mafias, ya que el Estado está siempre ausente y la épica del salvaje Oeste, lejos de haber desaparecido, se ha sofisticado.
Los actos del joven Vito, desde luego, no parecen guiados por la crueldad, sino por la revolucionaria pretensión de liberar al barrio del viejo mafioso que les impide sobrevivir, y su llegada a Sicilia para saldar la vieja cuenta pendiente con el asesino de sus padres no puede menos que ser celebrada por el espectador. 
Los pasos que van de Robert de Niro a Marlon Brando son, sin embargo, muchos y no parece difícil deducir que la laguna que va desde el joven vengador hasta el viejo emperador está jalonada de unos crímenes mucho más numerosos de lo que cabe intuir observando su plácida senectud. Porque Vito Corleone tendrá un dulce final, jugando con su nieto y en la cúspide de su poder, entre unas agradables viñas y en un día soleado; no será él, pues, quien vea pudrirse la tierra ni quien escuche los ecos de sus muertos.

2 comentarios:

BUDOKAN dijo...

Qué bueno poder seguir leyendo sobre este film fundacional e inabarcable. La obra maestra más grande del cine. Saludos!

poliptoton dijo...

A mí también me encanta ir a la FNAC y sobar todos esos megapacks de 300 leuros que nunca compraré, pero te aseguro que ir un sábado por la tarde o un día en Navidad, abarrotado de niñas que van a comprar el nuevo disco de su triunfito preferido, me provoca sarpullidos igualmente.
Me gusta ver que hay alguien que todavía se atreve a hablar de "El padrino". Es el tipo de película de la que no podía escribir una sola línea, porque siempre me daría la sensación de que ya ha sido todo dicho.
Saludos.