8 de mayo de 2014

Searching for Sugar Man o el camino de perfección



Detrás de su cáscara documental, Searching for Sugar Man engloba muchas películas en una: una historia de fantasmas, un aleccionador camino de perfección, un cuento de hadas, una película de atracos de guante blanco, un mensaje de paz y armonía, una emocionante investigación periodística, un drama social sobre la clase obrera de Detroit y una historia de resonancias shakesperianas sobre la renuncia a la gloria mundana. Y todo ello sin introducir ningún personaje inventado, aunque sí convenientemente mitificado: el mérito principal de Malik Bendjelloul es haber encontrado un material de semejante categoría, y el haberle dado una narración a la altura de su protagonista.

Porque la materia de este documental es tan excéntrica según los cánones actuales que podríamos descubrir en ella hasta extraños ecos de Magnificent Obsession, aquella película que realizaron John M. Stahl en 1935 y Douglas Sirk en 1954 y que el segundo definió como una mezcla de “locura, populismo y disparates”.  Aquí la sucesión de disparates es tal que la película resultaría inservible como obra de ficción y si no nos creyéramos que detrás de la búsqueda de Rodríguez, un músico olvidado y del que circulaban los más diversos rumores de suicidio, sólo está la admirable obcecación de dos melómanos sudafricanos y no ningún extraño y oculto interés.

La dinámica narración que avanza con fluidez tiene la virtud de ir haciéndonos partícipes de los resultados de las pesquisas con el ritmo adecuado, y siempre después de comprobar los visibles efectos de la obra musical del protagonista en quienes la conocieron, de forma que es difícil no sentir emoción con cada nuevo descubrimiento. Mediante el reiterado contraste entre los planos aéreos de una Ciudad del Cabo soleada y radiante y los de una Detroit oscura, fría y desangelada, nevada e industrialmente muerta, casi a la espera de que aparezca un Wang Bing para captar su agonía, vemos un poderoso símbolo del mismo contraste entre el éxito que Rodríguez tuvo y le arrebataron y de la vida, dura y humilde, que realmente llevó. Los travellings laterales captan a una persona cabizbaja, de andares lentos, pensativo, con la mirada hacia el suelo, que según un compañero de fatigas “escogió el tormento, la agonía, la confusión, el dolor y los transformó en algo bello”; la deliberada falta de iluminación con que se rueda en el interior de la vieja vivienda en la que habita nos hacen ver a un protagonista que surge de la oscuridad, como un fantasma, a la vez que no dejamos de escuchar su música, un complemento imprescindible de la narración y cuyas sufrientes letras nos dan suficientes motivos para entender que estamos ante un artista que no nos dejará indiferente.

Y, sobrevolando por encima de todo ello, la rotunda verdad de un hombre sencillo, discreto y noble que, como los vencidos en las viejas tragedias, cubre de vergüenza a sus vencedores, una industria musical que le estafó y un público americano que le ignoró pero a cambio le ofreció el don de la sabiduría de los perdedores.

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