21 de mayo de 2020

Las luces de Llobet Gràcia



Una de las películas que recuerdo con emoción de manera más frecuente es Vida en sombras, el único largometraje de Llorenç Llobet Gràcia. Los motivos son diversos, y empezarían por su hermoso y polisémico título, quizá uno de los mejores y más significativos de la historia del cine, y al que muchas veces me he visto tentado a recurrir a la hora de dar algo de unidad a mi propia biografía. Por más que Llobet sea uno de los malditos por excelencia de la historia del cine español, y que hace apenas veinte años las condiciones de la copia que circulaba de Vida en sombras mostrasen hasta qué punto esa obra oculta todavía estaba lejos de ser rescatada del más profundo de los olvidos, su significación es al menos tan profunda como la que acierta a verbalizar,  una entrevista realizada en 2016 con motivo del ciclo Vida en sombras. El cine español en el laberinto (1939-1953), del Museo Reina Sofía, el historiador del cine José Luis Castro de Paz: 
La idea de la mujer perdida es un tópico universal, el dolor del hombre. Hay muchas revisiones. Yo he visionado bastante el cine de este periodo y en un número muy elevado de films el hombre acaba delirando, viendo a la mujer muerta, sobre todo en Vida en sombras. Esa vida del hombre que está abocado a la soledad, a la penuria, desolado, tiene referencias directas a las consecuencias de la guerra civil. El caso de la mujer perdida y el abatimiento es el referente a un país destrozado. A través de un drama escapista, haces ver el dolor de un país.
Hoy sabemos que Vida en sombras supuso la ruina económica del director y que, durante la posproducción de la película, sufrió (según se apunta en algunas reseñas biográficas) "problemas familiares". No es difícil averiguar qué tipo de "problemas" fueron esos: existe un libro colectivo en Shangri-La, un documental de Ferrán Alberich (responsable del descubrimiento y recomposición del largometraje, en 1983) y artículos de Gonzalo de Pedro y de Alfonso Crespo, entre otras fuentes, en las que se concreta que en 1948 murió su hijo pequeño.

Además de Vida en sombras, Llobet rodó 22 cortometrajes mudos en formato subestándar que fueron editados de manera impecable por Intermedio y la Filmoteca de Catalunya: entre ellos, al lado de cortos de indudable interés histórico (sobre la exposición internacional de Barcelona de 1929, la proclamación de la II República en Sabadell o la visita de Manuel Azaña a Barcelona tras la aprobación del Estatut), hay al menos dos obras maestras, Pregària a la Verge dels Colls y El escultor Manolo Huguécon las que podríamos trazar una imposible línea que lo conectaría con la obra futura de cineastas experimentales como Jonas Mekas y que, por sí mismas, merecerían hacerle un hueco entre los directores imprescindibles del cine español, al lado de nombres como el de Val del Omar.

Tanto en Pregària a la Verge dels Colls como en El escultor Manolo Hugué hay un imponente salto del blanco y negro al color que deja claro que detrás de Llobet no había solo un hipotéticamente afortunado y casual autor de un canto del cisne como Vida en sombras, sino un experimentador de las formas cinematográficas cuyos trabajos "menores" no son solamente meras anécdotas biográficas, sino películas con todas las letras ubicables en una antología mundial del cine amateur. 

Para trasladar parte de la maestría de Pregària a la Verge dels Colls, rodada en 1947 (solo un año antes que su largometraje) y en la que nos ofrece pistas de su acendrada religiosidad, mostrando primero una oración colectiva pidiendo la lluvia, seguida de la llegada de ésta y de un panteísta florecer de la vida, esta colección de imágenes resulta indicativa:



En 1950, en su primera realización tras Vida en sombras, realiza una operación semejante en El escultor Manolo Hugué: las imágenes en blanco y negro del cuerpo sin vida del fallecido artista dan lugar, tras la resurrección de sus manos hacia un pasado de plenitud creadora, a una visión en color de su colorido universo, lleno de vitalidad:





Esta confianza en el poder resucitador del cine ("actos de amor a lo desparecido", como escribió Gonzalo de Pedro hablando de Vida en sombras), que en cierto modo ha ido recorriendo toda su historia y ha dado lugar a piezas tan inolvidables como Prix de beauté de Augusto Genina, es una de las que ejerce un mayor poder sobre las imágenes de Llobet. El segundo fotograma seleccionado El escultor Manolo Hugué, con la sombra de la cruz sobre el calendario, remite a este instante de Vida en sombras:









Y estas sombras que vemos en uno de sus primeros trabajos, Festa major de 1933, nos remiten a toda su futura filmografía:

Viendo la totalidad de sus cortometrajes también es posible, sin tener ningún conocimiento previo sobre su biografía, descubrir, gracias a una conmovedora sutileza (que recuerda a la de Aki Kaurismäki al mostrar el drama detrás del matrimonio protagonista de Nubes pasajeras), la tragedia personal que sufrió. Su hijo había sido de los coprotagonistas de los cortos familiares El valle encantado (1946) y El diablo en el valle (1947):


Y se convierte en el gran ausente de Primera aventura (1950), en el que, como en los dos anteriores, aparece la familia Llobet Gràcia al completo, en esta ocasión con motivo del nacimiento de una nueva hija. Durante los últimos segundos de la película, la cámara se detiene en este dibujo que fija, de una vez y para siempre, todo el dolor de un cineasta:




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