
Se trata de un filme ridículo, en el cual Loach y su inseparable guionista Paul Laverty ofrecen un lamentable espectáculo de lugares comunes, pésima realización, necios diálogos y una historia absolutamente inverosímil.
Se trata de la historia de un conductor de autobuses británico, presuntamente bohemio y rebelde, que conoce a una joven nicaragüense -Carla- al salvarla de las garras de un policía. Al parecer, la tal Carla, en plena guerra entre los sandinistas y la Contra, había ido a Gran Bretaña a recaudar fondos con un grupo musical, pero cuando el grupo vuelve a Nicaragua ella se queda. No tiene amigos británicos y vive realquilada en un cuchitril, pero inexplicablemente se queda.
Conoce al conductor, que le busca un mejor alojamiento; y ella, a las primeras de cambio, intenta suicidarse. Como siempre sucede en estos casos, llega él para salvarla, y en el hospital le dicen: “es ya la tercera vez”. Esa misma noche descubren que están hechos el uno para el otro, y mientras descansan, ella tiene unas pesadillas terribles, en las que habla en alto y recuerda a “Antonio”, y chilla; el conductor, ante esto, repite una y otra vez: “It´s OK, it´s OK”.
En fin, que después de esto, el protagonista decide hacer de occidental bueno y le compra un billete a ella para que vuelva a Nicaragua, y aunque no conoce el país ni sabe nada sobre la guerra, se incluye a sí mismo en el lote. Llegan a Nicaragua, y la primera noche ella vuelve con las pesadillas y él con el “it´s OK, it´s OK”. Carla busca al tal Antonio de las pesadillas, pero la cosa está difícil porque alguien se lo oculta. Entretanto se encuentran con un gringo bueno, que manda al protagonista “a tomar por culo” porque no le cae bien: al gringo bueno le parece que un británico es un imperialista y un aprovechado y no puede entender las cosas que pasan allí. Este gringo dirá después que trabajó para la CIA en Honduras, pero que se ha “arrepentido”. Finalmente lo de “tomar por culo” se queda en agua de borrajas y el protagonista se hace amigo de él, tras saber de su boca la historia del tal Antonio, al que la Contra había torturado. Al escucharla, sólo dice: “Jesus, Jesus”, una y otra vez, y cuando sabe que Carla tiene un hijo, acierta a decir: “¡Ojalá fuese yo el padre!”.
Sin embargo, por la noche llega la guerra, y el protagonista, achantado, le dice a Carla a las primeras de cambio: “I go home”. Le pide que vaya con él, y que se lleven al hijo. Pero, ¿y el padre? El padre es el tal Antonio, que al final se reencuentra con Carla, él toca la guitarra y ella canta, y el ex conductor de autobuses se da cuenta de que no pinta nada ahí y se marcha, montado en un camión, y se despide afectuosamente del gringo bueno, como dos buenos representantes de la civilización en medio de la barbarie.
Resulta triste que Loach se escude en la clase obrera, en los “reprimidos” (sic) e incluso en el trotskismo para colar en las pantallas pésimos simulacros de “cine social” como el que ofrece en La canción de Carla.