31 de marzo de 2021

El marco ganador y la paz de los cementerios




En una entrevista reciente, el filósofo César Rendueles, a la vez que valoraba los singulares conocimientos que le aporta su docencia en la Facultad de Trabajo Social, derivados en buena parte del origen social de sus alumnos y de los motivos que les llevan a cursar el grado, llamaba la atención sobre una omisión en la entusiasta acogida crítica de obra de la escritora Sara Mesa, que ella misma apuntó en un breve "Autorretrato" publicado por el suplemento El Cultural, con estas palabras: 

El único libro que escribí con voluntad de intervención social fue el pequeño ensayo Silencio administrativo, que critica la crueldad de la burocracia con los más débiles. Y aunque mucha gente lo leyó y recomendó y me consta que ha impresionado a bastantes lectores, este libro no ha logrado ni un solo cambio real. Basta con ver cómo se están gestionando ahora las rentas mínimas y salarios sociales: pésimamente.

Estos argumentos y otros parecidos bullían por mi cabeza mientras, hace dos días, esperaba el comienzo de la sesión matinal de Nomadland, de Chloé Zhao, en los cines Embajadores; sesión que tenía cierto aspecto de acontecimiento, por lo infrecuente que me resulta en los últimos tiempos acudir a una sala de cine a ver un estreno comercial (conviene añadir: por motivos estrictamente sanitarios, no porque sienta el hoy tan extendido desdén por ambos conceptos, el de la sala de cine y el del estreno comercial, que el contexto pandémico ha agudizado pero que venía de antes). Un acontecimiento, en cualquier caso, un tanto matizado por la dinámica negativa creada alrededor de esta película y por la sensación de que buena parte de los comentarios leídos en los días anteriores se insertaban en el siguiente cuadro: drama social, más música de Ludovico Einaudi, más plasmación de problemas relacionados con el mundo del trabajo y de los modos de subsistencia, igual a despiadadas e hirientes descalificaciones sobre sus aspectos formales, así como un total desinterés y nulo debate sobre las cuestiones que, efectivamente, pone encima de la mesa. 

Con este desalentador apriorismo, la película empezó, avanzó y terminó; una vez finalizada y leídos ya con conocimiento de causa, los comentarios  me resultaron, en realidad, mucho más atinados, sobrios y acordes con mi propia opinión sobre las virtudes y carencias de Nomadland de lo que esperaba (en especial los que aquí vertieron Karina Solórzano y Miguel Muñoz Garnica), y las ideas derivadas de la recepción de la obra de Sara Mesa, que a su vez me habían trasladado también a una ignota charla de Belén Gopegui, hace dieciséis años, en un pequeño y casi vacío local de Vallecas, en el que la autora de La escala de los mapas lamentaba, a propósito de los actos del quinto centenario de la publicación de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, la ausencia de cualquier debate sobre los subversivos propósitos últimos de los actos del protagonista de la novela de Cervantes, siguieron ahí, pero ya desvinculados de Nomadland. Derivado de esto, dos conclusiones: mala idea juzgar comentarios previos de algo que todavía no se conoce; mala idea también pretender culpar del propio desaliento a la supuesta insensibilidad ajena, al menos mientras no estemos seguros que la nuestra no es todavía mayor. 

En cualquier caso, por más que su inclusión en la película no fuese todo lo afortunada que hubiese deseado, el efecto de la música de Ludovico Einaudi en Nomadland me llevó, por los imponderables de la memoria, a la búsqueda, pocos días después, de una entrevista al escritor Eduardo Mendoza, en el programa radiofónico A vivir que son dos días, de Javier del Pino, el último día de febrero de 2015. En aquella entrevista escuché, por primera vez después de los dos impactantes visionados de Mommy de Xavier Dolan, las notas del tema "Experience" del compositor italiano, pero con un interesante añadido: la voz de Greta Svacho Bech; también escuché a Mendoza, a los pocos días de enviudar y con el consecuente tono melancólico, responder a una pregunta sobre algún posible arrepentimiento por su decisión de regresar a Barcelona en los años 80 después de diez años viviendo en Nueva York:

Me he arrepentido todos los días desde que volví, pero nunca he pensado en regresar.

Todo esto lo escuchaba mientras cerraba las últimas cajas para mudarme, ese mismo día, después de siete años viviendo en Madrid y sumido en un mar de dudas. Dudas que, al poco tiempo, se revelaron fundadas: los meses siguientes fueron lo más parecido a una pesadilla, real y concreta, que he padecido nunca (en palabras del malogrado Julián Rodríguez, "yo trataba de no pensar que aquello era la realidad. Me decía: estás de paso"). El contexto de aislamiento de los últimos doce meses me ha llevado a recordar aquella pesadilla con cierta frecuencia, aunque, afortunadamente, no a revivirla; la localización, en el archivo digital de la cadena SER, de esta entrevista me causó ahora una cierta sensación de paz, aunque sea la paz de los cementerios.

Volviendo a Sara Mesa, a Belén Gopegui y a los momentos previos al visionado de Nomadland, pensé también en Ricardo Piglia y en su obra maestra, Respiración artificial, y el deslizamiento de la idea de que detrás de las mayores atrocidades de la historia se encuentra también la aportación, aunque involuntaria y lejana, de algunas de sus víctimas. Como describió Osvaldo de la Torre a propósito de esta novela,

Muchos años antes de que el Tercer Reich concretara estas premoniciones, Kafka describe a seres humanos transformados en insectos, seres arrestados, aplastados, muertos como insectos, incapaces de ayudarse a sí mismos, de ayudar a nadie, incapaces de luchar contra el Castillo. Leemos, entonces, a Kafka desde Hitler, es decir, leemos a Hitler como precursor de Kafka, aun si esto representa una aberración interpretativa.

o, en palabras del mismo Piglia en la novela: 

¿Qué relaciones había, o mejor, qué línea de continuidad se podía establecer entre El discurso del método y Mein kampf? Los dos eran monólogos de un sujeto más o menos alucinado que se disponía a negar toda la verdad anterior y a probar de un modo a la vez imperativo e inflexible, en qué lugar, desde qué posición se podía (y se debía) erigir un sistema que fuese a la vez absolutamente coherente y filosóficamente imbatible. Los dos libros eran un solo libro, las dos partes de un solo libro escrito con la distancia de tiempo necesaria entre uno y otro para que el desarrollo histórico hiciera posible que sus ideas se complementaran. 

Siguiendo con esta línea argumentativa, por desalentadora y discutible que resulte (pero es en momentos de desaliento cuando todos los argumentos negativos parecen posibles, y parece obvio que desde ahí escribía Piglia en la Argentina de 1980), llego hasta la manera en que en el cine y la literatura las intenciones, los argumentos y los fines últimos han perdido casi toda importancia y en cómo hemos hipertrofiado el debate sobre las formas. El camino hacia el infierno está empedrado de buenas intenciones, sí, pero, ¿por qué ignoramos las buenas intenciones? ¿No tienen, moralmente, ninguna importancia? 

Recuerdo, a este respecto, otra omisión, quizá incluso más llamativa que la de Silencio administrativo de Sara Mesa: se produjo a propósito de Twin Peaks, una serie televisiva de innegable exuberancia formal, sobre la cual corrieron ríos de tinta. Y sin intentar eludir la responsabilidad propia, releo lo que escribí hace tres años y detecto la misma omisión que, creo ahora recordar, se generalizó entonces: la ausencia de mención alguna, siquiera anecdótica, sobre su argumento: una adolescente es violada durante años, y finalmente asesinada, por su padre, con el silencio y la complicidad de un pueblo que, moralmente aniquilado, se convierte con los años en un pueblo fantasma. Que David Lynch fuese capaz de darle a tal fondo unas formas inolvidables es innegable, pero, ¿por qué ignorar sobre qué suelo estaban fundadas dichas formas? ¿Por qué, además de buscar todas las referencias filosóficas, cinematográficas, literarias y hasta cabalísticas que había detrás de su densa apariencia, no hubo búsquedas de casos y de pueblos reales semejantes sobre los que incidir, señalar, debatir, aprender?



Pensando en todo esto llego, en fin, al problema de explicarme cómo es posible que una líder política regional de prácticas notoria y desacomplejadamente criminales y un modelo social fundado en algún ignoto matiz del paleoliberalismo reciba una intención de voto en las encuestas superior al 40%, y mientras reciba aplausos por parte de personas que, a pesar de tener alguna noción de la justicia y la moralidad, elogien su supuesta capacidad para crear "marcos ganadores", sin importar para qué. Y recuerdo tanto estéril debate sobre las formas y me respondo, al fin, que la única respuesta posible es nuestra dimisión, pero ni siquiera tenemos nada de lo que dimitir. 

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