Llegamos a la tercera edición de Filmadrid, después de apenas haber rozado la primera y de habernos sumergido intensamente en la segunda con impresiones diversas (favorables en el aspecto cinematográfico, reseñado en Esencia Cine y Revista Magnolia, menos entusiastas en su actividad formativa, sobre la que escribimos aquí mismo). El festival fue transmitiendo durante los meses previos a su celebración dos señales que dejaban claro el núcleo y los límites de su apuesta: por un lado, la intención de mantener viva su presencia en la ciudad de Madrid que lo acoge y le da sentido a lo largo de todo el año con una serie de proyecciones mensuales en el Cine Estudio del Círculo de Bellas Artes, acompañadas de un cuadernillo de un cuidado diseño y la presencia del cineasta en la sala, y por otro lado los problemas financieros que marcaban los límites de su ambición, indisimulables desde el momento en el que se hizo pública una campaña de micromecenazgo a través de la plataforma Verkami para recaudar 10.000 euros necesarios para su celebración.
Con los dos elementos encima de la mesa, la necesidad y la capacidad para forjar una comunidad de espectadores que se identifiquen con el festival han mostrado la mayor virtud de Filmadrid, que es alejarse de la mera programación aséptica de películas y conseguir singularizar cada una de sus proyecciones. A ello contribuyeron una buena elección de salas (el Cine Paz, sede de la competición oficial de las dos primeras ediciones y su principal talón de Aquiles por su pequeño tamaño y su ubicación en el barrio de Chamberí, caracterizado por su alto poder adquisitivo, fue sustituido por el ya citado Cine Estudio del CBA, en continuidad con las proyecciones de meses precedentes); la presencia, en la mayoría de las sesiones, del autor de una de las obras para realizar un coloquio posterior, lo que implicó la llegada de cineastas como Jonas Mekas, Lav Diaz o Júlio Bressane, entre otros, y, por último, la calculada distribución de presentaciones por parte de los responsables del festival, en las que se mostraron tres estilos muy distintos: la sobriedad, el histrionismo y la profundidad literaria.
De todo ello surgieron intervenciones como la del cineasta Velasco Broca, que tras la proyección de su cortometraje Nuevo altar, en respuesta a una confusa pregunta, acertó a llegar a través de diversos vericuetos a esta afirmación:
El mal es lo que nos aleja de lo que amamos, es esa pesadumbre con la que nos levantamos por las mañanas... El mal es el cansancio.Un cansancio que no pareció mostrar el crítico y programador argentino Roger Koza, miembro del jurado de la competición oficial, que participó en el debate previo de una de las novedades más interesantes del festival, la sección The Video Essay, y dejó dicho:
La crítica es un lugar de reorganización de los materiales, antes de que de interpretación: se trata de intervenir en la física de las películas, en algo que ya está dado, y hacer hablar a la película de otro modo. Es una operación parecida a la que haría un buen psicoanalista: devolver el discurso, ordenado de otra forma, reorganizar para mostrar algo que la película dice pero que también esconde. Existe un posible camino a través de la manipulación de las imágenes, desde una posición de intervención sobre lo dado. La idea de propiedad de las imágenes se cuestiona; el lenguaje no es de nadie: es algo que compartimos.
(...) El cine nace con una inquietud de conocimiento, no de entretenimiento. Hoy hay una parodia del efecto Kuleshov; hay que volver a los orígenes del montaje, al asombro que Chris Marker recordaba [en Le tombeau d' Alexandre], y recordar que el montaje no es lo mismo que el corta y pega.La misma sesión en la que intervino Koza con tan inspirado discurso fue presentada por la programadora del festival, y también autora de notables vídeo-ensayos (aunque en su intervención prefirió usar la denominación "piezas") Andrea Morán, y en la misma pudimos ver a Jorge Suárez-Quiñones, cuyo largometraje Amijima compitió en la segunda edición de Filmadrid, mostrar los pasos de Setsuko Hara en su obra 永遠の処女 - The Eternal Virgin (accesible a través de la plataforma Mubi).
Y ésta no fue la única presencia de la protagonista de Cuentos de Tokio, La voz de la montaña y No añoro mi juventud en Filmadrid, que también apareció en la dedicatoria de la que nos pareció la película más destacada de la sección oficial, Hermia & Helena de Matías Piñeiro, presentada también (no por casualidad) por Andrea Morán; y, finalmente, el día de la conclusión del festival, 17 de junio, coincidió con el 97 aniversario del nacimiento de la actriz japonesa, aunque el jurado quisiera hacer de menos a tan señalada fecha premiando en su lugar a The Impossible Picture de Sandra Wollner (una interesante aunque menor reelaboración en formato doméstico de Trabajo ocasional de una esclava de Alexander Kluge) y Roger Koza, desde el escenario, empañase su brillantez anterior aludiendo a los "cojones" de los programadores del festival. Piñeiro se fue de vacío y nos dejó su cita de Cuentos de Tokio:
-La vida es decepcionante.
-Sí que lo es.para dejar de lado el componente festivo que este certamen cinematográfico supo transmitir y devolvernos un espejo de lo que nos acompaña desde su finalización. Si nuestras escasas fuerzas nos lo permiten, continuará.
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