Veo un convencional western, El ángel y el pistolero (1947), una de las dos películas que dirigió el competente guionista James Edward Grant. El filme, como otros muchos, intenta aprovechar el tirón de John Wayne, que aquí ejerce también como productor, a raíz del incontestable éxito de La diligencia (1939).
Tal vez no haya muchos motivos para recordar El ángel y el pistolero, ni siquiera para verlo más de una vez, salvo para cinéfilos empedernidos que disfruten con cualquier western en blanco y negro con buenos actores, aceptable guión y artesana dirección. En mi caso, además del citado, hay otro motivo para recordarlo: el descubrimiento de una actriz, hasta ahora invisible para mí, que posee unos ojos llenos de bondad y una cara rebosante de belleza inocente. Su papel también ayuda a acentuar estos rasgos: es la hija única de una familia de cuáqueros, ascetas pacifistas con un único principio: la bondad por encima de todo.
Busco su nombre: Gail Russell. Me pregunto cómo es posible no haber reparado nunca en semejante joya y busco más películas suyas. En vano: su carrera es escasa. ¿Por qué?
Finalmente encuentro la respuesta: Gail Russell, tal y como su aspecto indica, era una mujer extraordinariamente inocente, dulce y tímida. Para superarlo e intentar triunfar como actriz, recurrió abundamente al alcohol, que le hacía superar sus nervios ante las cámaras. La dependencia de alcohol fue la principal causa de que la Paramount decidiese no contar más con ella a partir de 1951, cuando sólo tenía 26 años. Diez años después, el mismo alcoholismo le causaba un mortal ataque al corazón.
Como decía un personaje de Aki Kaurismäki, la vida es desilusión.
5 comentarios:
Créame usted que a éste se le podía pegar con gran facilidad. Y por si no lo he dicho antes, felicidades por el blog.
Es la mejor hora para darte la razón. No importa como sea mañana.
Oh, me recuerda a Olivia..., la actriz de Lo que el viento se llevó.
El dato me interesa. La actriz, su nombre. Tomo nota y en algún momento escribiré su nombre en un texto. Es un bello nombre. Y cierto, irradia inocencia. Algo limpio.
Salute.
Te refieres a Olivia de Havilland, sin duda. Su suerte ha sido muy distinta a la de Gail Russell: a sus 91 años, sigue viviendo en París, y no ha envejecido mal.
Una bonita anciana. E imagino que su mirada permanece más allá de la actuación.
(Espero que nos frecuentemos -oh, claro sin presiones- pues estoy segura que aportarías a lo que escribo...)
Salute.
Publicar un comentario