6 de octubre de 2014

Zinemaldia 2014 (6): De derrota en derrota

Un festival de cine como el de San Sebastián se compone, en buena parte, de grandes momentos, como los que supusieron los visionados de Loreak, Sueño de invierno, P'tit Quinquin, Jauja, Mommy o el de la rumana Morgen, de la que hablamos aquí. O los de Boyhood y Magical Girl, sobre las que esperamos escribir en breve. Pero, por desgracia, no siempre es así. A pesar de que la palabra "festival" parezca invitar inequívocamente a la alegría, durante su transcurso también hay momentos malos, duros, en la que la sospecha adolescente, nunca disipada del todo, de que tal vez no tengas nada en común con el resto del mundo parece hacerse realidad y te preguntas qué estás haciendo ahí, en salas abarrotadas que aplauden películas que solo tú pareces detestar y sacas la conclusión, momentánea pero muy poco agradable, de que tal vez deberías estar viviendo en Marte, con los marcianitos.

En el Zinemaldia 2014 me pasó esto con tres películas. Dos de ellas suscitaron aplausos y algunos entusiasmos y la tercera, por fortuna, no (aunque tampoco la reacción furibunda que, en mi opinión, habría merecido).

  

La primera de ellas, La entrega de Michael R. Roskam, se llevó el premio al mejor guión (para el novelista superventas Dennis Lehane) y supuso la primera gran decepción de la Sección Oficial. Se trata de una película de género, lo cual, a priori, no puede suponer una descalificación: pero no es cualquier película de género. Se trata de una de las más tópicas que hemos visto en mucho tiempo, y transmite la poco estimulante sensación de que se compone de fragmentos de otras películas, reunidos aquí para evitar cualquier sensación de novedad, de sutileza o de ausencia de énfasis. Es un thriller con la mafia de fondo, y en ella los personajes hablan en susurros (al modo de Vito Corleone); su protagonista, polaco y católico, va a misa pero no comulga (es un asesino con remordimientos), y su antagonista, checheno, violento con las mujeres y maltratador de animales, es un compendio de maldad sin matices (a la que se unen la cobardía y los delirios de grandeza). Colateralmente, tenemos a un policía latino que, por su empleo del doble lenguaje y por su observación de las prácticas religiosas de su compañero de confesión, parece saber las claves de la trama desde el minuto uno, pero sólo lo explicita después de que los espectadores hayamos descubierto que "nada es lo que parecía". El romanticismo en sordina del hombre duro (transparente concesión a Humphrey Bogart) y el envilecimiento de las causas nobles, tan frecuente en estos tiempos (en este caso, el amor a los animales utilizado como muestra del corazón de oro de un descuartizador), terminan de componer un cuadro de un interés casi nulo.



 

La segunda película que me trasladó a otro planeta fue Haemoo, ópera prima del surcoreano Shim Sung-bo (anteriormente guionista de Memories of Murder), que en un principio parece que va a transitar por las aguas del drama social, pero tras unos primeros minutos engañosos pronto deviene en una alucinada película de monstruos (en el peor sentido). Un capitán de barco convertido en descuartizador improvisado y cargándose a todos sus hombres de un plumazo, una tripulación en estado de trance colectivo, violencia y sangre efectistas y faltas de cualquier razón narrativa o estética y, para culminar, una historia de "amor" de plexiglás colada de rondón. Resultar difícil catalogar a esta obra tan hollywoodiense y realizada bajo las premisas de la comercialidad a ultranza, tan indiferente a tantas y argumentalmente tan sobrecargada, como "cine"; más bien parece una máquina de hacer dinero, pero será dinero sucio. 


Capítulo aparte merece Murieron por encima de sus posibilidades, y también bastante incredulidad para quienes, hasta ahora, habíamos seguido con curiosidad y a ratos admiración la carrera de Isaki Lacuesta. Por suerte, ya han pasado varios días desde su visionado y la indignación que produjo en un primer momento se ha ido transformando en pena. Lo que Lacuesta parece pretender aquí es un intento de comedia coral, grotesca y satírica a lo Berlanga, pero se queda solamente en grotesca: un ritmo embarullado, personajes que se atropellan, y un humor de trazo tan grueso que resulta imposible reírse, aunque sea del despropósito general (con una excepción, un inspirado monólogo de Albert Pla). Como comedia no funciona, y tampoco como ninguna otra cosa.

Dicho esto, habría que hablar también del componente político de esta película. Además de ridiculizar al 15-M y a cualquier movimiento asambleario, de hacer chanza de la protesta social, de otorgar un amabilísimo trato al principal banquero del país frente a la colección de descerebrados que irrumpen en su trono y de reducir a pensamiento tuit cualquier estadística seria sobre la riqueza y la pobreza en el mundo, la enervante voz en off final completa el largo viaje hacia la ira que supone, como espectador, aguantar estos 100 minutos de infamia. Está en su derecho Isaki Lacuesta de hacer una película abominable y de extrema derecha, de intentar coger el relevo de Mariano Ozores o del último Rafael Gil y pretender hacer algo de taquilla entre el público de ideas diestras y berroqueñas; pero también nosotros en desear con todas nuestras fuerzas que sea el fracaso más sonoro que ha cosechado película alguna en lo que va de siglo. Sería un triunfo de la dignidad.

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