1 de octubre de 2014

Zinemaldia 2014 (4): Xavier Dolan o el genio latente


Que un crítico de cine haga predicciones sobre el futuro tiene la misma relevancia que un economista que pronostique la tasa de inflación o la subida o bajada del PIB a tres años vista, que un experto en fútbol internacional que hable del futuro campeón de los próximos Mundiales o que una pitonisa llamada Lola que eche las cartas y diga que te espera el amor en una esquina o tal vez el odio en un bar de copas. Exactamente: ninguna relevancia. Cualquier cineasta puede decidir, en un momento de su carrera, que ya está bien de hacer cine y que lo que quiere es  ganar dinero (como, valga la extraña comparación, Pedro Lazaga o Zhang Yimou); o que ya está bien de tanto dinero y por qué no dedicarse a hacer cine (como Takeshi Kitano); o que, en algún momento y por las circunstancias que sean, se le fundan los plomos y empiece a vagar errático por diversos artefactos de nula significación cinematográfica (como Julio Medem o Kim Ki-duk).

Dejando esto claro, hay en el mundo del cine un nombre que parece destinado a dejar una profunda huella en la historia de este arte durante las próximas décadas. ¿Qué cualidades tiene Xavier Dolan que nos hagan decir esto? En primer lugar, su juventud y energía: con 25 años y desde 2009, ha dirigido cinco largometrajes; en todos ellos, además de realizador, guionista y montador, se encarga del diseño de vestuario (y no de cualquier manera). En segundo lugar, su ambición y su falta de sentido del ridículo: Laurence Anyways dura casi tres horas, Mommy sobrepasa ampliamente las dos y en Yo maté a mi madre, Los amores imaginarios y Tom à la ferme interpreta papeles protagonistas (especialmente inspirado en esta última); y en todas ellas hay unos argumentos abigarrados, delirantes por veces, locamente melodramáticos y en algún caso, encerrados en los más estrictos estándares del género (como el thriller en Tom à la ferme).




A Dolan tampoco parece importarle el incluir conocidísimas y poco prestigiadas músicas en sus bandas sonoras: en Tom à la ferme los evocadores y nocturnos créditos finales son acompañados del Going to a town de Rufus Wainwright; en Mommy suenan el Blue (Da Ba Dee) de Eiffel 65 y, en dos de los momentos cumbres de la trama, el Wonderwall de Oasis y On n'e change pas de Celine Dion, instante que aprovecha Dolan para alejar la cámara y poner a bailar y a disfrutar a sus tres desdichados protagonistas, por momentos asfixiados dentro del estrecho espacio que les deja el formato de 1:1 que el cineasta quebequés ha escogido para la ocasión.

Porque otra sus cualidades es la osadía. Si ya en Tom à la ferme había saltado en escenas del 1.85:1 al 2.35:1 (y nunca de forma caprichosa, siempre atendiendo a necesidades de la trama), aquí se lanza a un formato más estrecho que el tradicional 1.33:1 y da la razón al Fritz Lang que criticaba la generalización del 16/9, que según él sólo servía para filmar "entierros y serpientes". Desde los años 50, con la invención del CinemaScope -primero con el muy alargado 2.55:1 (en La túnica sagrada, de Henry Koster)- y posteriormente con el hoy generalizado 1.85:1 (aunque en este festival de Donostia, el más habitual ha sido el 2.35:1), parecía que el 1.33:1 había quedado relegado para ciertos productos televisivos; pero cuando ya hasta las series de televisión, atentas a la evolución del formato de televisores y ordenadores (que en los últimos diez años han virado por completo hacia el 1.85:1) abandonan este formato,  Dolan nos muestra que dicha elección no era en absoluto la única posible.

El cine podría haber transcurrido en vertical y no en horizontal y en Mommy tenemos una notable muestra de ello: la adecuación de los primeros planos al cuadro es total, las vidas asfixiantes y claustrofóbicas de los tres desdichados protagonistas y el poco espacio de libertad que la vida les concede se ven reflejados con una fidelidad que resulta difícil imaginarse esta película en otro formato.



En el último festival de Cannes, llamó la atención la presencia de Dolan al lado de la de Jean-Luc Godard, 59 años mayor; ambos compartieron el Premio del Jurado y se intercambiaron sus pullas (el cineasta francosuizo dijo sobre Mommy : "No iría a verla" y habló de "un director joven que hace una película vieja"), pero el comienzo de esta película, con un accidente de tráfico rodado con planos cortos y brevísimos que contienen encuadres extraños y caóticos, nos remite al Godard más hermético (el de los 80) y nos presenta de forma ejemplar a la conflictiva madre y la odisea que le espera con su joven y violento vástago. La película explota esporádicamente en arrebatos de violencia que, como búfalos en estampida, arrasan por completo cualquier anterior momento de tranquilidad, de construcción tranquila de un pequeño nido con la compañía de la asustada y tartamuda vecina, otra mujer perdida que por momentos es una pata más de la inestable e improvisada comunidad familiar que se va encaminando hacia el fracaso pero, como el cine en horizontal, no estaba predeterminada para ello.

                   
Y aunque en dos ocasiones (de los minutos 80 al 84 y del 110 al 114) Dolan ensancha la pantalla hacia el 1.85:1 como reflejo de falsas ilusiones, es al cortarlo en seco cuando nos concede el momento más duro de la película, cuando la madre protagonista sueña un bello futuro de estudios brillantes, boda y carrera profesional prometedora en un montaje trepidante y todo se interrumpe de la forma más seca y descorazonadora y nos traslada de nuevo el mensaje de que la vida transcurre en 1:1 y nunca dejará de transcurrir de esa forma. Esperemos, sin embargo, que por todo lo dicho y contradiciendo a Mommy, la carrera de Dolan pueda saltar del 2.70:1 al 0.80:1, se ensanche y alargue todo lo que promete y consiga dar esos grandes saltos de los que nadie como él parece capaz.

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