Según la base de datos de imdb.com (la más fiable para estos casos), Mikio Naruse rodó un total de 92 películas, en una carrera que se extendió desde 1930 hasta 1967. Como es habitual en el cine japonés anterior a 1945, buena parte de las obras que el cineasta tokiota rodó desde sus comienzos hasta el fin de la II Guerra Mundial están hoy desaparecidas, pero se conservan una nada despreciable porción de su obra, en una cantidad que sobrepasa las cuatro decenas y que de momento no concretamos porque no parece estar cerrada (el festival de San Sebastián pareció fijar la cifra en 40, pero internet ha propiciado algunas reapariciones).
Sea como fuere, de todas las películas hoy conservadas, la más antigua de ellas es ¡Ánimo, hombre! (Koshiben gambare), cortometraje mudo de 29 minutos y rodado en 1931. Con sus limitaciones, es una obra interesante de la que conviene destacar algunas virtudes, aunque tal vez pocas de ellas puedan llegar concedernos una pista acerca de cuáles serán los derroteros posteriores de su obra. En primer lugar tenemos a un protagonista masculino, padre de familia, que en los primeros compases de la película se nos presenta con un leve tamiz chaplinesco, intentando paliar un agujero en un zapato con un periódico; y lo que en un principio parece que va a ser una visión en crudo de la pobreza se transforma en un humorista relato protagonizado por los sinsentidos anárquicos del mundo infantil, en el que el hijo y su caótica lógica se adueñan de la película.
Con todo, esa misma lógica parece regir también el mundo adulto en cuanto vemos al padre luchar por venderle un seguro a su vecina en una pintoresca competición con un agente rival; en esta disolución de la ética por la causa de la competitividad laboral se quiebra el atisbo de dignidad del universo paterno que hemos intuido anteriormente y seguramente ahí se incube la desmitificación, que tendrá una gran importancia en el desenlace, de la visión que el hijo tiene de la lejana sociedad de los mayores. Con un espíritu muy próximo al de algunas películas mudas de Yasujiro Ozu (pensamos sobre todo en He nacido pero... -1932-), cuando el joven personaje recibe una incomprensible e incoherente orden de pedir perdón por algo que su mismísimo padre le había autorizado y hasta recomendado el conflicto se desata y se acentúa hasta desembocar en un conato de tragedia, resuelto de forma un tanto artificiosa para alivio del espectador.
¡Ánimo, hombre! se ubica en un ambiente rural y poco atractivo (el Japón que aquí nos muestra Naruse se compone de descampados, casas pequeñas y una general pobreza paisajística), y estéticamente hace gala de una cierta pericia en los acertados movimientos de cámara. Esta pericia se acerca a la maestría cuando, con un montaje innovador y caótico, es capaz de mostrarnos el desorden para hacer presente la tragedia mediante multipantallas y una vertiginosa yuxtaposición de imágenes, trasladándonos al desasosiego emocional con una efectividad que nos hace al menos intuir que estamos ante los comienzos de un gran cineasta.
Sea como fuere, de todas las películas hoy conservadas, la más antigua de ellas es ¡Ánimo, hombre! (Koshiben gambare), cortometraje mudo de 29 minutos y rodado en 1931. Con sus limitaciones, es una obra interesante de la que conviene destacar algunas virtudes, aunque tal vez pocas de ellas puedan llegar concedernos una pista acerca de cuáles serán los derroteros posteriores de su obra. En primer lugar tenemos a un protagonista masculino, padre de familia, que en los primeros compases de la película se nos presenta con un leve tamiz chaplinesco, intentando paliar un agujero en un zapato con un periódico; y lo que en un principio parece que va a ser una visión en crudo de la pobreza se transforma en un humorista relato protagonizado por los sinsentidos anárquicos del mundo infantil, en el que el hijo y su caótica lógica se adueñan de la película.
Con todo, esa misma lógica parece regir también el mundo adulto en cuanto vemos al padre luchar por venderle un seguro a su vecina en una pintoresca competición con un agente rival; en esta disolución de la ética por la causa de la competitividad laboral se quiebra el atisbo de dignidad del universo paterno que hemos intuido anteriormente y seguramente ahí se incube la desmitificación, que tendrá una gran importancia en el desenlace, de la visión que el hijo tiene de la lejana sociedad de los mayores. Con un espíritu muy próximo al de algunas películas mudas de Yasujiro Ozu (pensamos sobre todo en He nacido pero... -1932-), cuando el joven personaje recibe una incomprensible e incoherente orden de pedir perdón por algo que su mismísimo padre le había autorizado y hasta recomendado el conflicto se desata y se acentúa hasta desembocar en un conato de tragedia, resuelto de forma un tanto artificiosa para alivio del espectador.
¡Ánimo, hombre! se ubica en un ambiente rural y poco atractivo (el Japón que aquí nos muestra Naruse se compone de descampados, casas pequeñas y una general pobreza paisajística), y estéticamente hace gala de una cierta pericia en los acertados movimientos de cámara. Esta pericia se acerca a la maestría cuando, con un montaje innovador y caótico, es capaz de mostrarnos el desorden para hacer presente la tragedia mediante multipantallas y una vertiginosa yuxtaposición de imágenes, trasladándonos al desasosiego emocional con una efectividad que nos hace al menos intuir que estamos ante los comienzos de un gran cineasta.
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