En el diario que se distribuye gratuitamente entre los asistentes al Festival de Donostia, el crítico Quim Casas, miembro del comité de selección del certamen, escribió en el número del sábado 30 de septiembre, el último publicado en la presente edición:
Los Festivales de cine son un receptáculo de lo que se cuece, mejor o peor, cada año. Como los festivales de música o los teatrales. La línea a seguir, salvo en los certámenes estrictamente especializados en un género, una modalidad o el cine de un continente, es la de mostrar una panorámica lo más amplia posible. No hay otra, y es sugestiva aunque no siempre se acierte.
La expresión "panorámica lo más amplia posible", seguido del contundente "no hay otra", parece dejar muy poco margen para cambios y mejoras y fiarlo todo a que vengan bien dadas, a que el año sea suficientemente pródigo en grandes películas para que, por el método del goteo, alguna carambola consiga llevar alguna a San Sebastián. Porque si nos tomamos en serio una afirmación así, ¿significa que el criterio de selección es, exactamente, ningún criterio, que cabe cualquier película porque cualquiera formaría parte de algo tan amplio como una panorámica? ¿Tiene algún objeto la existencia de un comité de selección o el número de películas que se exhibe debe aproximarse mucho al número de películas que se han presentado, a las que ha de darse un acrítico visto bueno en nombre de un tan generoso filtro que casi resulte inexistente?
Sin embargo, y al contrario de lo que sugería uno de los lemas del mayo del 68 francés que se citaba y criticaba en la película No intenso agora de Joao Moreira Salles, presente en la sección de Zabaltegi, lo que nos define son nuestros actos y no nuestras palabras. Y, tras la desastrosa 64ª edición de Zinemaldia, y a pesar de que el año cinematográfico en curso, en lo que a grandes festivales se refiere, no está siendo el más estimulante, lo que hemos podido ver desde el 22 hasta el 30 de septiembre en el certamen de mayor tamaño de todos cuantos se celebran en la península ha ofrecido buenos síntomas y hasta una un tanto vaga pero lejanamente reconocible idea de cine. La sección oficial, obviando las películas de inauguración y clausura y alguna otra que hemos tenido la prudencia de saltarnos, se ha alejado del totum revolutum no significante y ha hecho girar las coordenadas más irritantes que pudimos captar hace un año, evitando, en un esfuerzo de coherencia que contradice las palabras de Quim Casas, la presencia en la competición de cualquier película española a la que le viniese bien a efectos de promoción por un próximo estreno (y, en ese sentido, debemos aplaudir la decisión de dejar fuera de concurso la lamentable Morir, de Fernando Franco). Del mismo modo, tampoco pudimos ver, según nuestro particular criterio, ninguna película ideológicamente detestable, ni la habitual muestra de cine social plano y legitimador en las formas de aquello que su discurso pretende destruir, ni el ejemplo de turno de la comercialidad más vacía y falta de interacción dialéctica con el público y el estado de cosas en el mundo (el ejemplo de Feng Xiaogang, Concha de Oro en la pasada edición, se repitió con Robert Schwentke: cineasta comercial y de una carrera escasamente personal que de repente opta, con honestidad y acierto, por un ejercicio de estilo).
Si esto decimos de la competición oficial, el crecimiento de Zabaltegi-Tabakalera desde su conversión en competitiva y su traslado a la sede a la que alude la segunda parte de su denominación la ha convertido en uno de los puntos de interés más indiscutibles del festival: quizá, el principal, toda vez que la sección de Perlas ha acusado su absoluta dependencia de un, en esta ocasión, menos que mediocre festival de Cannes y que el buen criterio, la oportunidad o una mezcla de ambas han logrado conjuntar en su escaparate algunas de las películas más relevantes, en sentido absoluto, del año cinematográfico en curso, en una sección competitiva.
Para no estropear un balance tan inhabitual cuando se trata de un festival que tantas veces ha desbaratado su enorme potencial en decisiones de dudosa oportunidad, pondremos un punto y aparte antes de abordar las decisiones de su jurado oficial, que en buena medida se contradicen con lo que hemos expuesto hasta ahora, y sobre lo que suponen en cuanto a su visión del cine y lo que añaden (o restan) al historial del certamen, por el que tan poco aprecio han querido mostrar.
Si esto decimos de la competición oficial, el crecimiento de Zabaltegi-Tabakalera desde su conversión en competitiva y su traslado a la sede a la que alude la segunda parte de su denominación la ha convertido en uno de los puntos de interés más indiscutibles del festival: quizá, el principal, toda vez que la sección de Perlas ha acusado su absoluta dependencia de un, en esta ocasión, menos que mediocre festival de Cannes y que el buen criterio, la oportunidad o una mezcla de ambas han logrado conjuntar en su escaparate algunas de las películas más relevantes, en sentido absoluto, del año cinematográfico en curso, en una sección competitiva.
Para no estropear un balance tan inhabitual cuando se trata de un festival que tantas veces ha desbaratado su enorme potencial en decisiones de dudosa oportunidad, pondremos un punto y aparte antes de abordar las decisiones de su jurado oficial, que en buena medida se contradicen con lo que hemos expuesto hasta ahora, y sobre lo que suponen en cuanto a su visión del cine y lo que añaden (o restan) al historial del certamen, por el que tan poco aprecio han querido mostrar.
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