A este respecto, podemos ilustrar la angustia que describe La douleur con una cita del escritor rumano Emil Cioran (utilizada por el crítico de El Mundo Luis Martínez en otra crónica de este mismo festival):
Podemos imaginar casi todo, menos hasta dónde podemos hundirnos.
A pesar de la tibieza con que fue recibida, y de no haber recibido mención alguna en el palmarés, consideramos que la película de Finkiel no solo salió airosa de los problemas que inicialmente parecían lastrarla, sino que se convirtió en la obra más destacada del medio centenar que pudimos ver durante el festival. El director de Je ne suis pas un salaud consigue trascender cualquier etiqueta para componer un excepcional retrato del sufrimiento mediante una radical apuesta por el cuestionamiento de la percepción exterior de la protagonista, a través del uso constante de los desenfocados y llegando, en ocasiones, a desdoblar la imagen de la actriz Mélanie Thierry, que se observa con la aprensión de estar perdiendo hasta la conciencia de sí misma.
La douleur está dividida en dos partes bien diferenciadas: la primera, durante la ocupación alemana y la segunda, tras la Liberación. La presencia del policía colaboracionista que interpreta un cada vez más irreconocible Benoît Magimel marca la primera mitad, en la que es clave la progresiva inversión del papel del verdugo y la víctima en la interesada y equívoca relación que se establece entre él y Marguerite Duras, conforme los resultados de la guerra se van decantando y la escritora es capaz de romper el terreno de juego inicial (en el que de la actitud favorable hacia el oportunista agente parecía depender la suerte de Robert Antelme en el campo de concentración de Buchenwald). Esta afirmación de Magimel:
No te imaginas la cantidad de traidores que genera cada movimiento de resistencia.
consagra a esta película como una coherente cara B de El ejército de las sombras de Jean-Pierre Melville, con la que comparte una visión dura y desengañada del interior de las fuerzas de resistencia antinazi, aunque no, desde luego, la posición política: Melville, con toda la sutileza y sequedad de su estilo, nunca ocultó su admiración hacia Charles de Gaulle (y en las filas gaullistas combatió durante los años que se relatan en ambas películas), mientras que el punto de vista de Duras (también aquí) es el de la resistencia comunista, y no se recata en afirmar tras la Liberación que "los gaullistas han ocupado Francia" y vaticina que "reescribirán la historia", mientras vemos la llegada de un nuevo poder vertical, con sus funcionarios y uniformes, en una restauración de lo antiguo.
De esta forma, tras la desaparición del personaje del policía y el fin de la ocupación nazi, el dolor de Marguerite Duras se acentúa, los desenfocados se hacen más intensos y, tras un bello plano en el que la protagonista atraviesa una inmensa plaza desierta en bicicleta, inicia la parte más intensa y desesperanzada de su calvario. La pertenencia de la futura directora de Agatha et les lectures illimitées a un movimiento de resistencia colectivo y victorioso acaba por no significar nada, en términos de conciencia individual: la incertidumbre sobre el destino de Antelme es un agujero negro en su conciencia, que se ve representado por planos de seguimiento desde atrás, a la altura de sus hombros, con instantes de silencio absoluto -los sonidos de la calle se nublan en más de una ocasión-, la tenue luz de su progresivo encierro, rodeada de cortinas y persianas, y una voz en off (de ella misma) que no deja de repetir sentencias cortantes aunque a la vez entrecortadas, mientras la voz grave de su compañero de militancia (y futuro marido), Dionys Mascolo, interpretado con sobriedad por el cantante Benjamin Biolay, va desarrollando el contrapunto objetivo y lúcido al descenso en los infiernos de la protagonista, como en este reproche, clave para entender la esencia de La douleur:
-¿A qué le tienes más apego, a tu dolor o a Robert Antelme?
No es menor la importancia de los espejos y los cristales para subrayar el desdibujamiento de la percepción de Duras, al igual que el cromatismo, en tonos apagados, enmarcando unas figuras tenebrosas, perdidas en el vendaval de la historia, ante el que solo una férrea personalidad como la de la autora, así como una conciencia política y literaria tan profundas como la suya, consiguen que sobreviva, aunque nunca indemne. La actriz protagonista, Mélanie Thierry, resulta ejemplar en su manera de representar un cuerpo cada vez más frágil, acentuando su actuación en el rostro y el tono de voz, capaz de dar verosimilitud a una conciencia cada vez más quebrada.
Otra virtud de La douleur es que, sin evitar mostrar a víctimas y a presos de campos de concentración de Buchenwald y de Dachau, es capaz de soslayar cualquier género de sensacionalismo; del mismo modo, se ahorra cualquier tipo de triunfalismo al hacernos ver que "nadie en París habla de los judíos" y que "todavía no sabemos nada de la especie humana" (en alusión al futuro libro de Antelme sobre la experiencia concentracionaria).
La parte final de la película, cuyo desenlace se adelanta a través de una llamada telefónica que reciben las negras figuras de Mascolo y Duras sobre un fondo azul oscuro, en la madrugada, está recorrida por la intensa emoción que solo se logra a través de la contención y la sutileza: nunca llegamos a ver el cuerpo de Antelme, solo una somera descripción de su estado y la reacción, por fin, sollozante de la protagonista. Son los elementos ambientales (el mar, el cielo, un bañador azul) los que nos informan, sin énfasis, que todo infierno tiene su fin, aunque al igual que en el final de El sopar de Pere Portabella, ese infierno los haya convertido, ya, en ascetas melancólicos, incapaces de dar marcha atrás y volver a un mundo que los expulsó para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario