Una vez, hace nueve años, una película me salvó la vida.
Esto puede parecer una exageración o una licencia literaria,
pero no es así.
Fue en agosto de 2005. Un día muy caluroso. Todavía no
estábamos inmersos en lo que hoy entendemos como Crisis, pero una buena parte de la sociedad ya la estábamos
sufriendo. Lo que cambia a partir de 2008 es que se traslada al terreno
de la macroeconomía lo que ya estaba vigente en el terreno de las expectativas vitales,
laborales, sentimentales... la precariedad ya estaba instalada como modo de
vida.
Así las cosas, seguir viviendo se antojaba algo baldío e
inútil. No había motivaciones, no había presente, no había futuro.
Pero en fin, era un día de agosto en Madrid y lo que sí
había era programación de la Filmoteca. Emitían Un hombre sin pasado, de Aki Kaurismäki: un director al que
apreciaba. Así que me dije: adelante, vamos con ello. ¿Qué podíamos perder?
Y, una
vez en la sala, apagadas las luces y abierto el telón, me encontré con un
hombre de nariz prominente y rostro contundente que llega, en tren y en
silencio, a Helsinki, acompañado por su maleta. Es de noche, tal vez las dos o
las tres de la madrugada, con lo que es inútil buscar alojamiento. El viajero,
muy cansado y poco dado a exquisiteces, se pone a dormir en un banco. Y en
pleno sueño, es atacado por dos bestias pardas que, con un bate de béisbol, lo
apalean, le roban todas sus pertenencias y lo dejan al borde de la muerte.
El protagonista no muere, pero además de perder su dinero y encontrarse solo en una ciudad que no conoce, no sabe quién es. La paliza le ha hecho perder la memoria. Y, en esas circunstancias, se encuentra con unos sin techo que viven los arrabales de la ciudad. Gracias a ellos, a su calor humano y a su generosidad, aprende a vivir sin nada. Sale adelante. Uno de sus nuevos amigos le dice:
El protagonista no muere, pero además de perder su dinero y encontrarse solo en una ciudad que no conoce, no sabe quién es. La paliza le ha hecho perder la memoria. Y, en esas circunstancias, se encuentra con unos sin techo que viven los arrabales de la ciudad. Gracias a ellos, a su calor humano y a su generosidad, aprende a vivir sin nada. Sale adelante. Uno de sus nuevos amigos le dice:
No te desanimes por haber perdido la memoria. La vida va hacia adelante, no hacia atrás. Estaríamos perdidos si fuese de otra forma.
En un momento de la película, el protagonista va a un concierto que ofrecen unos músicos del Ejército de Salvación para la gente sin hogar. La música, religiosa y anodina, le resulta poco estimulante y al terminar el concierto, se reúne con ellos. Les dice que conoce otras músicas; no sabe cuándo ni dónde las escuchó, pero se ofrece a buscarles discos y a asesorarles. Y hete aquí que, al cabo de un tiempo, los músicos, interpretados por el grupo real Marko Haavisto & Poutahaukat, dan un nuevo concierto. Han cambiado por completo. Ahora son un grupo magnífico.
Hace 12 años, Kaurismäki la presentó en el Festival de San
Sebastián. Allí dijo:
Mi vida no tiene sentido de no ser por el vino blanco.pero todos los que hemos visto Un hombre sin pasado sabemos que no es cierto.
Para cerrar el círculo de este pequeño episodio personal,
doce años después de aquel festival y nueve años después de aquella proyección
de agosto, este blog ha sido acreditado para Zinemaldia 2014. No estará el
finlandés, pero sí estará presente todo lo que le debemos desde esta página.
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