A pesar de los muchos aspectos que las diferencian, Blind Spot de Tuva Novotny y Un hombre fiel de Louis Garrel comparten algunos puntos en común, además de su presencia en el palmarés del Festival de Donostia (la primera por su actriz protagonista, Pia Tjelta; la segunda por su guion, firmado por el director y el veterano Jean-Claude Carrièrre): las dos están dirigidas por realizadores de trayectoria todavía incipiente pero con una intensa carrera en la actuación; las dos saben filmar de manera elegante una desaparición traumática que marca de forma irreversible la trayectoria de sus personajes (en especial, de los infantiles), aunque en el primer caso veamos la reacción inmediata y en el otro las consecuencias futuras; y en ambas películas notamos una fuerte sensibilidad a la hora de abordar una tragedia en todas sus derivadas, aunque la primera esté marcada por la inmediatez y el dramatismo y la segunda por unos livianos toques de comedia negra a los que, sin duda, ayudan los años transcurridos.
Hasta aquí llegan las similitudes. Las diferencias son muchas, y en buena parte de ellas creí notar que Blind Spot era una propuesta más dura y acabada, y por ello, más merecedora de ser resaltada. El primer motivo es que se trata de una película que se presenta como un (aparente) único plano secuencia: algo que no es novedoso en el cine contemporáneo, pero sí reseñable cuando lo que hay detrás de semejante tour de force no es la intención de llenar un vacío de ideas a base de pirotecnia. Al contrario: Blind Spot nos transmite la sensación de que las formas por las que apuesta son las más adecuadas y funcionales para que su potencia narrativa no se vea dulcificada, ni interferida por los paréntesis y las pausas propios de los cortes. El segundo motivo está en su mismo argumento, que pone en primer plano un hecho que representa la concreción más rotunda del dolor y de los males del mundo, ante el que nunca habrá respuestas satisfactorias, y ante el que ningún espectador puede agachar la cabeza y respirar aliviado por estar "a salvo".
Si en el comienzo de la ópera prima de la actriz sueca Tuva Novotny parece que nos encontramos ante una narración casual y conversacional, con un travelling frontal que sigue a dos amigas adolescentes, los cambios inesperados de posición de la cámara marcan las primeras sorpresas en un paseo nocturno que termina cuando la aparente protagonista, Anna, se despide y el foco se queda, y sigue, a Thea. La secuencia continúa con un demorado seguimiento de la subida de la joven hasta su piso (es una quinta planta sin ascensor), y la cámara ya nunca abandonará a este personaje ni siquiera cuando se está cambiando de ropa en el baño: sin invadir su intimidad, el hábil enfoque a un espejo hace que solo veamos su cara. Su vacío en el encuadre será, también, su vacío en el mundo.
En la aceleración de la acción, hasta llegar al vértigo, es donde se maximizan las mejores virtudes actorales y de dirección de Blind Spot: por un lado, el esfuerzo de Pia Tjelta, justamente resaltado por el jurado, consigue hacer creíble algo tan difícil como la asimilación del golpe emocional más duro que, a su vez, exige una rapidez de respuesta; por el otro, la fortaleza de su apuesta por el plano secuencia, que se adecua a la perfección a un ritmo y a una atmósfera totalmente distintos a los de su inicio. En esta línea, un acelerado trayecto por carretera hacia el hospital, rodado desde el asiento de atrás, consigue acercarse a la subjetividad del personaje de Maria con un acertado juego de enfoques y desenfoques y algún momento de abstracción, en el que las luces del exterior se descomponen y se funden al compás de su desquiciamiento.
Una sencilla cara de circunstancias que otro de los personajes destacados, el enfermero, al observar un historial médico desvela buena parte de los enigmas de una película que también sabe hacer gala de la sutileza al dosificar con habilidad la información que muestra y la que no (el contenido del diario de Thea queda convenientemente fuera de foco). Sin olvidarse de un esmerado contrapunto a toda su gravedad en su tramo final, a través de la sola presencia de un disfraz de oso panda (símbolo de una inocencia que todavía no se ha desvanecido del todo), y con una reflexión de fondo sobre las dramáticas insuficiencias de la psiquiatría, Blind Spot es una película cuya huella solo se desvanecerá para quien no se sienta interpelado por su consejo clave:
Decidle que no está solo. Las cosas dolorosas pueden mejorar si se habla de ellas.
Por su parte, el segundo largometraje de Louis Garrel, ya con distribución y (buen) título español -Un hombre fiel-, mostró belleza y sensibilidad, alejándose un tanto del trazo grueso y el excesivo desenfado de su primera incursión en la dirección de largometrajes, Les deux amis, aunque con unos toques irónicos que fuerzan los límites de su capacidad de convicción pero nunca del todo inapropiados. Transmitiendo una cierta idea de circularidad de fondo (el plano inicial, con una vista aérea de París que se detiene en lo concreto de sus protagonistas, se repite a la inversa en su desenlace y nos recuerda poderosamente al arranque de Hermia & Helena, con idéntica sintonía del iPhone como rima sonora), y a través de un buen uso de los primeros planos, Louis Garrel nos muestra una visión del amor nada extraña a la filmografía a la que asociamos su apellido: libre y desenfadada pero paradójicamente intensa. Una frase del personaje de Eve,
Solo hay una cosa que he hecho bien en todos estos años: he crecido.nos traduce, de otra forma, las palabras de Julian Barnes en su novela Niveles de vida ("nada es comparable a la soledad del alma en la adolescencia") y pone sobre el tapete el horror del tránsito a la vida adulta cuando está marcado por la frustración, algo que sobrevuela a todos los personajes de Un hombre fiel con la notoria excepción de Marianne, una Laetitia Casta recuperada para un papel estelar tras unos años de atonía y que compone de manera excepcional un trasunto ambiguo y contemporáneo de la protagonista de Les âmes fortes de Raúl Ruiz.
Película, también, sobre la masculinidad y sobre la infancia, y sobre cómo ambos conceptos se entrecruzan: por un lado, el interés y complejidad de Joseph está marcado por su inmadurez y por su sufrimiento; por el otro, ambos elementos se agrandan en su trasunto adulto, Abel, aunque en este caso como insuficiencias. La supuesta incapacidad masculina para tomar decisiones, y dejarse arrastrar por las que las mujeres tomen en su lugar ("un hombre tratado como un objeto", dijo Garrel a propósito de su personaje) se ve, también, cuestionada cuando la apariencia de inteligencia o convicción con que se toman resoluciones en Un hombre fiel obedece, en realidad, al puro azar: una moneda a cara o cruz.
Los toques de comedia negra nunca van más allá del esbozo y se centran en unos intencionados equívocos argumentales: la eterna ausencia física de Paul, personaje que jamás vemos ni en fotografía pero cuyo recuerdo tiene tal fuerza que es capaz de unir y separar a los demás a través de los años; la supuesta homosexualidad del médico, clave para desentrañar las misteriosas teorías conspirativas que rondan alrededor de la desaparición que nuclea la trama; y la misma actitud del niño Joseph hacia Abel (Louis Garrel), entre el amor y el odio, que da lugar a la mejor secuencia de la película: unas lágrimas en el interior de un coche que consiguen que el segundo se sienta reconocido como posible padre, al detectar un sufrimiento que siente como demasiado próximo a sí mismo y a su propia experiencia. Esa secuencia conecta, de nuevo, el espíritu de Un hombre fiel y el de Blind Spot, con un tercer vértice literario, Julian Barnes y su Niveles de vida, y sus doloridos vocablos, definitivos:
Hay muchas cosas que no nos matan pero nos debilitan para siempre.
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