17 de agosto de 2016

Notas sobre un curso de Jonathan Rosenbaum (1)


Si de algo sirve ir acumulando años y haber vivido ya en tres décadas diferentes es para comprobar cómo cambian los usos sociales, y de qué forma situaciones semejantes acontecidas con quince años de distancia tienen consecuencias muy disímiles. Recuerdo, en mis años de estudiante universitario, las insólitas formas de un profesor para impartir su materia, que consistían básicamente en no aparecer por clase durante varias semanas, regresar de forma inopinada para hacer algunos comentarios sobre su experiencia profesional y sobre la actualidad, poner un largo fragmento de alguna película, para posteriormente volver a desaparecer durante un largo período de tiempo y luego volver para dar un par de clases, y así sucesivamente. Cuando llegó la hora de examinarse, la prueba escrita consistió en preguntas muy genéricas en las que cabía casi cualquier tipo de respuesta, y ante el evidente extravío posterior de alguno de los exámenes por parte del profesor, la solución era también heterodoxa: "Creo que tenías un notable", arreglaba, y asunto concluido.

La obvia insatisfacción hacia el docente no tuvo consecuencia alguna, más que la multiplicación de los comentarios irónicos cuando llegaba la hora de dicha materia. En una ocasión, el mismo profesor intentó disculpar su actitud diciendo que no quería ser un profesor más y que prefería dar libertad a los alumnos: la libertad, entiendo, de usar el horario de su inexistente clase en lo que mejor nos parezca. 

Sin que sea equiparable la situación, he vivido recientemente una circunstancia parecida, no tanto porque la actitud del profesor fuese exactamente la misma (y recalco el "exactamente"), sino por la sensación casi unánime de descontento ante un curso. Sin  embargo, las consecuencias han sido muy distintas, por varios motivos: las expectativas (se trataba del primer curso que el protagonista impartía en España y su anuncio, algunos meses antes de celebrarse, tuvo importante repercusión en las redes sociales; algunas personas se desplazaron a Madrid ex profeso o pidieron vacaciones en sus trabajos para recibirlo), las repercusiones que cualquier comentario en Twitter y Facebook tienen al respecto, que acaban creando un efecto de bola de nieve difícil de parar; y en último término, la actitud exigente del grueso de los alumnos, recibida de forma contradictoria y no solo por quienes nos observaban, sino también por mí mismo: por un lado, me parecía que acoger acríticamente la supuesta "metodología" del profesor era una muestra de sumisión absurda, porque era obvio que limitarse proyectar película tras película (algunas tan vistas y accesibles para quienes acudíamos al curso como Luces de la ciudad o Gertrud) y esperar luego a que los alumnos comentasen al respecto, sin preparación previa alguna y en improvisación constante, no merece ser llamado metodología: es convertir un curso en un cinefórum, y al menos en un caso así se exigiría que no se cobrase por la entrada; pero, por otro lado, me preguntaba (y me sigo preguntando), ¿quién soy yo para criticar o poner en cuestión al crítico cinematográfico de referencia mundial Jonathan Rosenbaum (el protagonista en cuestión de un curso impartido en Madrid entre 6 y el 10 de junio pasados, en el marco del festival Filmadrid), y menos en público?

Pero el caso es que no se trata de poner en cuestión a Jonathan Rosenbaum, ni de hacer una enmienda total a su trayectoria: se trata, sencillamente, de contar lo que vi y lo que opino sobre un curso concreto, realizado en unas circunstancias determinadas. Y sobre esto, creo que es importante puntualizar (y conozco los suficientes casos como para pensar que no es simple casualidad) que existen personas de cuya brillantez hay sobradas muestras en su obra impresa, pero que de cuerpo presente se empequeñecen y vulgarizan de forma que resulta irreconocible cualquier rastro de la valía intelectual de la que hemos tenido testimonio anteriormente; y, del mismo modo, hay otros casos de personas de gran brillantez en público, ocurrentes y sugestivos, que en su paso a la letra impresa pierden todo ingenio y agudeza. Podría asimilar a Rosenbaum al primero de los casos, si no fuese porque me han llegado noticias de que algún otro curso impartido antes (en Sarajevo) sí causó plena satisfacción a quienes asistieron. Habrá, tal vez, que evitar las teorías al respecto. 

Dicho esto, y a pesar de la decepción que acabo de expresar, creo necesario compartir parte de las abundantes notas que tomé durante los seis días de curso y en una conferencia, dos días antes del comienzo del curso e impartida por el mismo Rosenbaum en compañía de Carlos F. Heredero, en el marco del festival de cine Filmadrid. A todo ello, por su extensión, dedicaré tres textos aparte. 

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