5 de agosto de 2016

Nubes cotidianas, 4: Sueños cotidianos (Yogoto no yume, 1933)

(Por Daniel Reigosa)

En el momento de filmar Sueños cotidianos, Mikio Naruse llevaba ya tres años haciendo películas y, con casi una veintena de títulos a sus espaldas se puede apreciar una evolución, no ya solo de sus tramas principales, sino también de su estilo: cada vez más depurado y recurriendo cada vez en menos ocasiones a los montajes frenéticos característicos de sus primeras obras. No obstante, en esta película aún se pueden observar los intensos movimientos en las escenas de mayor dramatismo o algunos primeros planos innecesarios que intentan resaltar la expresividad de sus personajes. 


Sueños cotidianos presenta un tono decididamente más profundo que sus películas anteriores. En ella se narra la historia de Omitsu (Sumiko Kurishima), una madre soltera que trabaja como geisha en un puerto para poder mantener a su hijo Fumio (Teruko Kojima). Cuando su marido (Tatsuo Saito) vuelve tres años después de haberlos abandonado, amenaza con romper el precario equilibrio que Omitsu ha creado. Estamos en el Japón de la Gran Depresión, donde los efectos del desempleo se hacen muy presentes, y en esa situación Omitsu se ve obligada a mantener su odiada profesión, con las esperanzas puestas en el futuro de su hijo. 


Se pueden observar en esta obra, nuevamente, las principales obsesiones de Naruse: el retrato de la sociedad de clase baja, la necesidad del dinero para salir adelante, el futuro incierto de los niños o la ineficacia masculina para resolver los problemas y sacar adelante a la familia. Respecto a esto último, Naruse se muestra implacable y defiende de manera rotunda la importancia de las mujeres en el resurgir de Japón. Mientras, los hombres se muestran incapaces o ajenos a la verdadera problemática familiar, son sus protagonistas femeninas las que proporcionan soluciones, las que se sacrifican y las que son capaces de mostrar el lado positivo en un mundo cargado de pobreza e incompresión. 


De esta manera, resulta difícil empatizar con los personajes masculinos ya que, o bien éstos aceptan o disfrutan de la cosificación de la mujer, mostrando cierta prepotencia o un comportamiento violento, o bien son incapaces de hacer algo de provecho o satisfacer las necesidades básicas de su familia. Éste es el caso del exmarido retornado, incapaz de encontrar un trabajo y convertido en una carga más que una ayuda para Omitsu. El aludido personaje masculino se muestra siempre en pantalla con la cabeza gacha, arrastrando los pies y con una profunda languidez en su mirada, mientras el rostro de Omitsu es más luminoso, lleno de comprensión, aunque también se revelen en él rastros de preocupación y de sufrimiento.

De nuevo Naruse recurre a la enfermedad del hijo, usándola como catalizador de las reacciones de la pareja. Asimismo, los zapatos rotos se repiten como objeto fetiche del director y símbolo de la enorme pobreza de sus protagonistas, ayudando a descodificar parte de sus comportamientos y emociones.

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