No puedo estar más en desacuerdo con la vieja expresión que sentenciaba que a escribir se aprende leyendo. A escribir se aprende nada más que escribiendo, y si en algún momento pensé, cuando, con periodicidad variable pero con cierta constancia, efectivamente yo escribía, que esa actividad era una obligación autoimpuesta y artificial que poco tenía que ver con el verdadero pensamiento, ahora, que me dedico de manera consciente a no escribir -o, dicho de otra manera, a evitar hacerlo- creo exactamente lo contrario: que escribir es una actividad natural que ayuda y enriquece la tarea de la reflexión, y que su falta no hace más que diluir y dejar en un lejano y olvidable limbo cualquier labor intelectual digna de tal nombre. Por eso ahora, que llega el momento de dar a la luz el único texto con intención de ser publicado de los últimos doce meses, las ideas se agolpan, impacientes, con ganas de salir de manera desordenada y poco fértil, y con ellas la advertencia: éste tampoco es el camino.
18 de diciembre de 2024
19 de diciembre de 2023
2023: El pasado por delante
El pasado envejece muy rápido. Intento retomar el hilo de la escritura volviendo al último texto publicado aquí, hace ahora justo un año, pero compruebo que ese camino quedó cegado: los doce meses de silencio pesan y la que entonces parecía la principal conclusión de aquellos párrafos (marcados por el título: "dentro del mundo") se ha difuminado sin apenas dejar rastro. Me parece ahora mucho más pertinente considerar que es un error sentirse dentro del mundo, porque el mundo, pese a sus engañosas pausas, se dedica a centrifugar sin parar hacia periferias inciertas. Constatado esto, recuerdo cuando llegué, en algún momento de este año, a la lectura de la sentencia definitiva de Rainer Maria Rilke:
Si podéis vivir sin escribir, no escribáis.
19 de diciembre de 2022
2022: Dentro del mundo
El pasado mes de julio recibí en el correo electrónico una invitación de la distribuidora A Contracorriente Films a un pase de público de la película francesa Los amantes, de Nicole García, en los cines Conde Duque Alberto Aguilera. Después de confirmar la asistencia, por un despiste que no recuerdo haber tenido más que tres o cuatro veces en los dieciséis años que llevo viviendo en Madrid, tomé el metro en la dirección opuesta a la deseada (la línea 2 hacia Las Rosas, y no hacia Cuatro Caminos, como era menester para llegar de Sol a San Bernardo), y por este motivo llegué tarde a la proyección: solo dos o tres minutos, pero, con la película ya empezada, fueron razón suficiente para no decidir no entrar en la sala. Solo unos días después, otro correo de la misma distribuidora anunciaba que los cines Conde Duque cerraban definitivamente y para siempre. No puedo decir que me sorprendiese: llevaban años con una asistencia de público muy escasa, pero este hecho hizo que el error al tomar la línea 2 de metro en el sentido equivocado se magnificase: fue la pérdida de una última oportunidad de despedirme de ese lugar. Ya conté aquí que mi última sesión de cine antes del confinamiento de marzo de 2020 fue en esos mismos cines Conde Duque Alberto Aguilera que hace cinco meses, tristemente, pusieron término a su historia.
5 de octubre de 2022
Zinemaldia 2022 (3): Sonambulismo
29 de septiembre de 2022
Zinemaldia 2022 (2): Las suaves formas del cine social
Es difícil abordar la cuestión de la Sección Oficial del Zinemaldia y la forma en la que fue recompensada en el palmarés sin repetir expresiones dichas y repetidas en ediciones anteriores: que se trata de un conjunto de películas, pese a las apariencias, sin apenas coherencia entre sí (aunque haya que hacer una excepción con el pequeño pero bien escogido conjunto de producciones españolas), pero que a su vez y paradójicamente al cabo de unos días transmiten una funesta sensación de películas casi indistintas; que las decisiones del jurado son tan desconcertantes que tienen como consecuencia involuntaria que la competición a concurso parezca todavía peor de lo que es; que desconcierta todavía más que siempre tengamos una película estadounidense y otra china que parezcan haber entrado como parte de una extraña "cuota de mayorías" (porque si se entiende la presencia de cuotas en un festival de cine es para dar cabida a minorías, y no a producciones países económicamente más poderosos del mundo)... Y, finalmente, el desconcierto definitivo de que la, en mi opinión, mejor película de la sección oficial, Modelo 77, de Alberto Rodríguez, haya sido trasladada a la categoría "fuera de concurso", algo que ya sucedió, por distintos motivos, con las que creo mejores de la edición de 2021, La hija, de Manuel Martín Cuenca, y de 2019, Zeroville, de James Franco. Así las cosas, siguiendo la dinámica histórica de unos jurados que consideraron en su día que ni Vértigo ni Con la muerte en los talones mereciesen la Concha de Oro (aunque en aquellas ocasiones ningún "fuera de concurso" absurdo o sobrevenido se lo impidiese), esta vez sí les pareció oportuno premiar como "mejor fotografía" la de una docuficción, Pornomelancolía, en la que la mayoría del metraje está ocupado por la filmación de una película porno de bajísimo presupuesto y por scrolleos de la cuenta de Twitter del protagonista; "mejor guion" a A Woman, de Wang Chao, una escasamente talentosa y nada sutil imitación de las películas río que narraban la evolución de China desde la revolución cultural hasta el denguismo, o que los premios de interpretación hayan sido, todos, repartidos a actores de menos de 20 años, y al menos dos de ellos (Paul Kircher y Renata Lerman) muy escasamente dotados para la naturalidad. En medio de todo esto, el vacío para Girasoles silvestres, de Jaime Rosales, Walk Up de Hong Sang-soo, The Wonder de Sebastián Lelio o Suro de Mikel Gurrea que, sin ser obras sobresalientes, sin duda destacaban sobre las realmente galardonadas, con la única excepción de la japonesa A Hundred Flowers, del novelista y debutante en la realización cinematográfica Genki Kawamura, y que se llevó precisamente el premio a la dirección.
26 de septiembre de 2022
Zinemaldia 2022 (1): El mundo sigue
Hace ahora un año, al regreso del Festival de Cine de San Sebastián de 2021, mis conclusiones eran diáfanas y sombrías: sobre el futuro de los certámenes cinematográficos en general y del Zinemaldia en particular, cuyo único objetivo parecía ser su propia perpetuación; sobre el papel del cine a la hora de falsear la percepción del mundo en el que vivíamos, marcado a fuego por una pandemia a la que no se vislumbraba fin; y ya finalmente, con los nubarrones del pesimismo tronando con particular intensidad, sobre el futuro de la humanidad, perdida y agotada tras una sucesión de caídas sin apenas tiempo alguno para volver a levantarse entre una y otra.
20 de diciembre de 2021
2021: El mundo que fue y el que es
Hace un poco más de una década, el irregular cineasta Judd Apatow hacía decir al protagonista de su lograda película Funny People:
1 de octubre de 2021
Zinemaldia 2021 (3): El coche, la nieve y el proceso político
Cada mes y desde hace unos años, con el fin de dotar de algo de sentido a mi excesivamente alta y desordenada cadencia de visionados cinematográficos, me impongo la tarea de hacer y publicar en la red social Letterboxd una lista con las mejores diez películas vistas en los últimos treinta días: una forma mínima de repensar sus detalles, al decidir por qué unas y no otras y en qué orden, porque siempre han de ser diez, ni una más, ni una menos. En septiembre de 2018, en esa lista de diez favoritas del mes, hubo seis películas vistas en el Zinemaldia, y en el mismo mes de 2019, ese número aumentó a siete. Este año, serán solamente tres: Drive My Car, de Ryûsuke Hamaguchi; La hija, de Manuel Martín Cuenca y Benedetta, de Paul Verhoeven. Ahora escudriñaremos el porqué.
29 de septiembre de 2021
Zinemaldia 2021 (2): La génesis de una disonancia
Hace 91 años, el escritor André Gide anotó en su diario la siguiente reflexión:
Uno tras otro, todos esos ‘problemas’ que apasionaron a la humanidad, y sin la solución de los cuales parecía que no se podía vivir de verdad, dejan de interesar, no porque se haya encontrado la solución, sino porque la vida se retira de ellos. Mueren en cuanto dejan de ser urgentes, de manera que ni siquiera se percibe que han muerto, porque no sufren una agonía, sino solamente: se han muerto.
Algo así va sucediendo con las polémicas que, edición tras edición y con pocas excepciones, provoca el anuncio del palmarés del Zinemaldia. En esta ocasión, fue la Concha de Oro a la interesante Blue Moon, de Alina Grigore, la que provocó las protestas en el marco de una sección oficial en la que la única película que sobresalía por encima de las demás, La hija de Manuel Martín Cuenca, no optaba a los galardones por ser un producción íntegramente española y haber sido exhibida antes en el Festival de Toronto. Así las cosas, no me pareció en absoluto descabellada esta decisión del jurado, aunque sí la de ensanchar el concepto de "interpretación" de forma tan extrema como para considerar premiables a los protagonistas de Quién lo impide, de Jonás Trueba, aunque se cuidaran de hacerlo en la categoría de reparto.
27 de septiembre de 2021
Zinemaldia 2021 (1): Miedo a los espejos
31 de marzo de 2021
El marco ganador y la paz de los cementerios
En una entrevista reciente, el filósofo César Rendueles, a la vez que valoraba los singulares conocimientos que le aporta su docencia en la Facultad de Trabajo Social, derivados en buena parte del origen social de sus alumnos y de los motivos que les llevan a cursar el grado, llamaba la atención sobre una omisión en la entusiasta acogida crítica de obra de la escritora Sara Mesa, que ella misma apuntó en un breve "Autorretrato" publicado por el suplemento El Cultural, con estas palabras:
El único libro que escribí con voluntad de intervención social fue el pequeño ensayo Silencio administrativo, que critica la crueldad de la burocracia con los más débiles. Y aunque mucha gente lo leyó y recomendó y me consta que ha impresionado a bastantes lectores, este libro no ha logrado ni un solo cambio real. Basta con ver cómo se están gestionando ahora las rentas mínimas y salarios sociales: pésimamente.
17 de diciembre de 2020
2020: Un año en la penumbra
27 de septiembre de 2020
El hilo que unía los días
A Ana no le importaba que tú no fueses su hija. Eso no lo vas a entender nunca. Eran épocas distintas, completamente distintas. De eso ya no queda nada. Ni siquiera nosotros.
11 de junio de 2020
El cine de Jim Crow
27 de mayo de 2020
Dieciséis años y una primavera
Hace un poco más de tres lustros, Antony Beevor (entonces, uno de los historiadores con mayor presencia mediática, gracias al extraordinario éxito de libros como Stalingrado o Berlín. La caída, 1945) publicó una sorprendente obra, un tanto alejada de sus anteriores intereses y de su especialización en historia militar, sobre la actriz rusa de origen alemán conocida, según el país, como Olga Chejova o Tschechowa. La primera de las denominaciones, acentuando la matriz rusa, fue la utilizada por el historiador británico para titular su biografía; la segunda fue la que usó ella misma durante su carrera cinematográfica en el cine alemán.